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Columna - Análisis
29 Junio 2022 / Por Gustavo Gordillo

Por unas izquierdas que sean sinceras: reflexiones en torno al socialismo liberal (Parte 2)

El socialismo de Rosselli: superar a Marx en favor de la libertad

Introducción

En una primera entrega, Gustavo Gordillo presentó una lectura del contexto mexicano y latinoamericano, caracterizado por la decadencia administrada, la restauración conservadora y la modernización democratizadora. Esta triada configura un escenario donde prevalecen “la confusión, la vaguedad, la debilidad en las convicciones y una enorme desorientación político-ideológica”. En esta segunda entrega Gordillo revisa a detalle la obra de Carlo Rosselli, teórico y político italiano antifascista, crítico del determinismo marxista y defensor de un socialismo visto como “la progresiva de la idea de libertad y justicia en los hombres”.

 

Stanislao Pugliese [1] subraya en su biografía sobre Carlo Rosselli, que contrario a las proclamas que anunciaban la muerte del marxismo como paso previo al entierro del socialismo, este pensador argumenta que es necesario enterrar a Marx mismo para que el socialismo resurja. Su argumento a favor de una guerra revolucionaria preventiva en contra del fascismo y del nazismo (que apenas avanzaba) es una idea a la vez arriesgada y atrevida en una época en donde la mayoría de los líderes europeos reaccionaban tímidamente y con temor.

Según Pugliese, Rosselli era un activista e intelectual posicionado ideológicamente entre Antonio Gramsci y Piero Gobetti. [2] Probablemente, donde mejor se expresaba este posicionamiento de Rosselli fue en su análisis sobre el fascismo italiano. En primer lugar, rechazaba la idea de que el fascismo fuera un paréntesis en la historia italiana; lo asumió, más bien, como una expresión enraizada en la sociedad italiana, derivada de sus deficiencias institucionales. Aunque Rosselli concebía al fascismo como la continuación del viejo régimen, también insistía en su novedad: un híbrido político –entre el viejo régimen italiano y las dictaduras tradicionales prusianas o austrohúngaras–, que demandaba por encima de todo y particularmente de las izquierdas, un nuevo tipo de oposición.

Es aquí donde el autor comienza su feroz autocrítica del socialismo italiano. En un artículo publicado en la revista Il Quarto Stato, y titulado Voluntarismo, Rosselli propuso lo que llamó el dilema imperioso: o la victoria del fascismo se debió, al menos parcialmente, a las fallas del socialismo, o debía admitirse que las acciones de los socialistas no tuvieron consecuencias en la sociedad italiana. Si lo primero fuese cierto, entonces sería necesario corregir los errores cometidos y actuar en consecuencia. Si lo segundo fuese verdad, entonces el mejor curso de acción sería esperar pasivamente el colapso del fascismo. [3]

En contra del pesimismo y de la pasividad de las izquierdas italianas después de 1922, Rosselli insistía que el pesimismo debía ser combatido con el voluntarismo, es decir, con la acción. Para Rosselli, el pesimismo de la izquierda estaba sustentado en una indignación moral que era incapaz de desembocar en la acción política. En ese contexto uno de sus más importantes proyectos políticos es la revista de discusión teórico-política antes citada, Il Quarto Stato, que tenía por programa político cuatro puntos: la posición respecto al fascismo, las ideas sobre la lucha política, el problema institucional de Italia y el tema de la unidad socialista. En esta visión, el método para la lucha política era el método democrático tanto como instrumento y como propósito.

Decía Rosselli que cuando

“[Los socialistas] hablamos de democracia socialista queremos decir con la palabra democracia algo diferente a lo que entienden los partidos burgueses. Para nosotros, democracia política es el instrumento para alcanzar la democracia real. Democracia real no sólo significa autonomía política sino también, y, sobre todo, libertad económica. Una democracia verdadera no existe donde hay profundas disparidades económicas”. [4]

Rosselli se burla del catastrofismo, al que llama el talón de Aquiles de la izquierda, según el cual el crecimiento desmedido de la riqueza en manos de unos cuantos y la miseria generalizada de los más culminaría en una revolución explosiva. Se refiere a que en Italia la casa en común estaba en fuego, las llamas de las casas de los trabajadores pintaban el cielo de rojo, y sus moradores —los socialistas— se lanzaban dimes y diretes sobre qué era lo que estaba incendiándose. [5]

Frente a la concepción determinista de la historia por parte del marxismo, el liberalismo que Rosselli propone, según Norberto Bobbio, es principalmente un método y no un sistema. Es un método que ciertamente se inspira en una concepción antagonista de la historia, y en donde el factor principal del progreso es el choque de ideas, de pasiones y de acciones. Este choque juega una función práctica que consiste en garantizar la ampliación de la libertad humana en todas sus formas sin sacudidas violentas, y sobre todo a través de mutaciones graduales, parciales y sucesivas. [6] 

En el capítulo sexto de su libro Socialismo liberal se encuentra el centro de la propuesta de Rosselli. Ahí señala que, para el liberalismo, y por extensión para el socialismo, es fundamental acatar el método liberal, es decir, el método democrático para participar en competencias políticas. Este método está esencialmente permeado por el principio de la libertad y puede resumirse, en una palabra: autogobierno. En el terreno político, se define “como un conjunto de reglas del juego, que todos los contendientes se comprometen a respetar; reglas que buscan asegurar la coexistencia pacífica de ciudadanos, clases sociales y estados, y mantener dentro de límites tolerables la competencia; reglas que permitan a los varios partidos acceder al poder y lleven a canalizar dentro del marco legal las fuerzas de innovación que emergen de tiempo en tiempo”. [7]

Para Rosselli un pacto de civilidad cristaliza en el principio de la soberanía popular; en el sistema representativo de gobierno; en el respeto a los derechos de minorías –en esencia el derecho a la oposición–; en el reconocimiento solemne de unos cuantos derechos fundamentales de las personas que han sido aceptados por la conciencia moderna, a saber, la libertad de pensamiento, reunión, de prensa, libertad para organizarse, para votar, etcétera. “El pacto también incluye el explícito rechazo al uso de la violencia”. [8]

Al respecto de la violencia, Rosselli añade dos elementos. Por una parte, que el método liberal no puede ser catalogado ni de burgués, ni de socialista, ni de conservador, ni de revolucionario; sino que requiere mas allá de tendencias políticas, el reconocimiento que cada ciudadano goza de una infranqueable esfera de autonomía, y una enraizada convicción en que nada durable y sólido es construido a partir de la fuerza bruta, incluso cuando busca servir a ideales superiores. [9]

La violencia empero es un tema crucial para el pensamiento socialista en la coyuntura del fascismo y su uso para subvertir las instituciones democráticas es analizada con cuidado por Rosselli, subrayando que los socialistas no deben ser los transgresores del pacto de civilidad. Afirma: “deberán recurrir a la violencia sólo si son forzados en nombre del principio de legalidad y de la mayoría que aún nuestros adversarios habían aceptado cuando ellos controlaban la mayoría”. [10]

Por ello, reprocha a muchos socialistas que no entienden que el principio cínico que promulgan de aprovechar las instituciones democráticas hasta que tengan suficiente fuerza para subvertirlas sólo otorga argumentos a los sectores reaccionarios “para adoptar métodos ilegales inmediatamente con el propósito de golpear a un movimiento obrero que amenaza con volverse peligroso”. [11]

Rosselli postula que lo que se requiere es la reafirmación de la esencia del idealismo socialista, al margen de los prejuicios de cualquier escuela particular de pensamiento: socialismo no es socialización, no es el proletariado en el poder, ni siquiera es igualdad material. Socialismo asumido en su aspecto esencial es la actualización progresiva de la idea de libertad y justicia en los hombres. Es el esfuerzo progresivo para asegurar una oportunidad de vivir una vida digna de ese nombre para todos los seres humanos.

Para Rosselli, se puede ser socialista sin ser marxista y se puede ser marxista sin ser socialista. Su disputa con el marxismo se desarrolla en dos planos: el determinismo del materialismo histórico y su expresión en una práctica política temerosa, conservadora y sujeta a las llamadas condiciones objetivas. Norberto Bobbio, en un esfuerzo por contextualizar las críticas de Rosselli al marxismo, señala que, si el marxismo se construye con la pretensión de una ciencia que puede predecir evoluciones futuras, el momento de crisis del marxismo –que le toca vivir en parte a Rosselli– puede resumirse en tres etapas.

La primera de ellas, según Bobbio, es la crisis de fines del siglo XIX, que dio origen al revisionismo, a partir del reconocimiento de que el derrumbe del capitalismo no ocurrió como lo predijo Marx y como fue difundido en las versiones propagandísticas del marxismo. Una segunda etapa es aquella de los años veinte y treinta del siglo XX donde la más grande revolución popular acontece en un país capitalista atrasado mientras que la piedra angular del marxismo era la tesis opuesta. Y finalmente, una tercera etapa con la crisis más contemporánea provocada por el tipo de desarrollo que ha ocurrido en países donde han ocurrido revoluciones inspiradas en Marx que avanza en un sentido opuesto a la proclamada extinción del Estado como consecuencia de la supuestamente necesaria abolición de clases y donde el “reino de la libertad” está más lejos que nunca. [12]

Bobbio añade que, si se ve la crisis desde el lado de la praxis política, dado que el marxismo también se asume como una guía para la acción, se puede proponer una explicación práctica y política de la crisis. Así, la crisis del marxismo coincide con el estancamiento del movimiento y de las luchas tendientes a instaurar la sociedad socialista. Aquí nuevamente Bobbio encuentra tres momentos. Primero, el tránsito de los partidos socialistas en partidos parlamentarios, en donde el movimiento cuenta más que los fines. Segundo momento, al que se refiere Rosselli en sus escritos, el fracaso de la revolución mundial y el surgimiento del fascismo, es decir, la victoria de la contrarrevolución. Finalmente, el más contemporáneo, el retroceso de los partidos comunistas y la posposición sine die del derrumbe del capitalismo. [13]

En consecuencia, para Bobbio la crítica de Rosselli al marxismo es tanto teórica como práctica, aún si prevalece la primera: “la crítica teórica se centra en las insuficiencias de la doctrina marxista en sus varias interpretaciones, la crítica práctica a los errores de los partidos socialistas inspirados en el marxismo”. [14] Las dos críticas aparecen entrelazadas a lo largo de todo el libro de Rosselli. Para Bobbio es el capítulo quinto del libro, titulado Superando al marxismo, donde se expresa esa doble crítica. Para Bobbio hay dos fases del marxismo: la fase religiosa o mesiánica, donde el texto de cabecera era el Manifiesto Comunista, y la fase revisionista, en donde en lugar de la revolución social apareció el movimiento obrero organizado con su praxis reformista. Esta segunda fase, añade Bobbio,

“[Se] caracteriza por la creciente brecha entre la teoría y la práctica: la praxis siendo cada vez más reformista y alejándose de su inspiración inicial marxista, y la teoría continuando a definirse como apegada a Marx y convirtiéndose en mas escolástica y siendo cada vez más estéril cuando no dañina.” [15]

En palabras de Rosselli:

“[El] verdadero problema para los socialistas no consiste, por tanto, en renegar de Marx sino en emanciparse de él aceptando lo que es vital y rechazando definitiva y abiertamente todo lo que es erróneo, utópico y contingente en el marxismo. Hacer de Marx, como muchos socialistas continúan haciendo, el faro supremo que debe guiarlos secula seculorum –hasta la eternidad– en su peligrosa travesía a través de los océanos de la historia es completamente equívoco y anacrónico”. [16]

Rosselli además afirma de manera contundente que al subestimar el momento cultural –educación, formación, artes– el marxismo bloqueaba la posibilidad de vislumbrar mundos ideales, es decir utopías. Al hacerlo, según Rosselli, el marxismo reducía al ser humano determinado por condiciones materiales conduciéndolo a confundir los medios con los fines. Dicho de otra manera, ¿para qué revolucionar las condiciones materiales si junto con ello no se busca también que se transformen visiones y valores? De lo anterior concluye el propio Rosselli que “el socialismo más que ser una entidad externa para realizar [en el futuro], es para cada individuo un plan de vida a ser actualizado”. [17]

En resumen, como señala Bobbio a propósito del socialismo liberal de Rosselli, se trata de una búsqueda por superar al marxismo desde la izquierda: desde una izquierda que asume e incorpora la mejor tradición del liberalismo. Desde luego que esta concepción está fuertemente marcada por las especificidades de la historia y la sociedad italianas y por el advenimiento del fascismo y la lucha antifascista.

Pero Rosselli no era exclusivamente un académico o un intelectual, era sobre todo un activista antifascista y socialista que seguía muy de cerca la consigna de Mazzini: pensamiento y acción. Prisionero en Italia, logra huir de la isla de Lipari y embarcarse a Francia. Recién llegado a París con otros activistas e intelectuales italianos, funda el Movimiento Justicia y Libertad. Rosselli selecciona este nombre inspirado en el movimiento clandestino dirigido por Bakunin en 1865, Libertad y Justicia, señalando “que ambos movimientos plantearon el problema de reemplazar el Estado centralizado, burocratizado y militar con una federación autónoma”.

El nuevo movimiento, cuyo símbolo era una espada ardiente con las palabras “¡Revélate! ¡Ponte de pie!”, estaba integrado por tres corrientes: los socialistas radicales (comenzando por el mismo Rosselli), los jacobinos republicanos y los liberales democráticos. Algunas figuras de la oposición que se vincularon con este movimiento fueron, entre otros, Leone Ginzburg, Carlo Levi y Vittorio Foa. [18] 

Rosselli consideró que las tres tareas decisivas del nuevo movimiento eran: la formación de cuadros, el trabajo entre las masas y acciones políticas de carácter espectacular –como el uso de avionetas para aventar panfletos antifascistas del movimiento en las grandes ciudades de Italia–. Para Rosselli la capacidad de convocatoria de Justicia y Libertad residía en que fuera capaz de crear un nuevo tipo de movimiento, muy ligado al espíritu italiano y a las demandas del momento. “Combina así un viril realismo con pasión romántica. Sin una pasión desbordante nada serio ni duradero puede realizarse en la vida, nada. Y menos aún una revolución”. [19]

Un mes antes de su muerte Rosselli reflexionaba sobre los principios fundadores del Movimiento Justicia y Libertad:

“Más que un programa común, lo que nos cohesionaba era un estado de ánimo: la revuelta contra los hombres, la mentalidad y los métodos del mundo político pre-fascista, […] una activa voluntad de lucha que sería también una redención por la humillación de las luchas no libradas y la injusta derrota; la convicción quizás no tan clara en sus términos, pero si en sus motivos, sobre la necesidad de una renovación de la vida moral y social del país”. [20]

A pesar de todo, los miembros de este movimiento llegaron a elaborar un borrador de programa común –desde el primer número de la revista teórica Cuadernos de Justicia y Libertad–, que partía de la obra de Rosselli Socialismo Liberal: un intento por combinar la recuperación de la libertad política y personal con un “principio de justicia que hace a la democracia efectiva”. Era un llamado a la revolución más amplia que en su aspecto político implicaba la formación de consejos locales cuya tarea sería organizar elecciones basadas en el sufragio universal para la formación de una Asamblea Constituyente. Italia sería una república socialista basada en la democracia y en las garantías a las libertades de expresión, de prensa, de asociación. La reforma agraria estaría basada en el principio de “tierra para los que la trabajan” con tratamientos diferenciados entre las pequeñas parcelas y las más grandes extensiones, que pasaría a manos de las comunidades –en formas mancomunadas.

En las relaciones industriales, se establecerían consejos obreros y democracia industrial. Se establecería un órgano de planificación nacional, pero las empresas nacionalizadas por el régimen fascista no pasarían al Estado sino a agencias autónomas. El programa llamaba a una reforma radical de la justicia y del sistema penal basada en la independencia de los jueces. La educación sería un derecho gratuito para todos. Se establecería una radical separación de la Iglesia y del Estado. Las propiedades de la Iglesia serían confiscadas, se garantizaría la libertad de conciencia y religiosa para lo cual se anularían el concordato y los Acuerdos de Letrán con la Iglesia católica.

De acuerdo con Pugliese, la expresión más comprensiva de los métodos de acción del movimiento fue publicada por dos militantes, Rossi y Bauer, en un texto denominado Consejos sobre la táctica donde se planteaban tres objetivos. La resistencia pasiva para buscar aislar a los fascistas y crear un ambiente de hostilidad hacia ellos; los núcleos de organización revolucionaria en los principales centros urbanos italianos y la resistencia activa. [21]

Frente al simplismo comunista de las dos clases –burguesía y proletariado–, Rosselli señaló que, en un futuro no muy distante, el socialismo italiano debía transformar radicalmente su estructura constitutiva. Tras la caída del fascismo, con la revolución terminada, los problemas principales no serían más de oposición o de propaganda sino de gobernabilidad en un sentido amplio. Y el gobierno, subrayaba de manera contundente, no debería pertenecer sólo al partido, siempre inclinado a convertirse en una secta, sino a los representantes orgánicos de la clase trabajadora, al mundo entero del trabajo, el cual, a través de sus redes instituciones laborales, cooperativas y culturales, constituiría el nuevo estado. “Solo un vínculo orgánico, permanente e íntimo entre el socialismo político y económico, entre partido y sindicatos, entre elites y masas, impedirá la oligarquización burocrática y la degeneración sectaria del partido, favoreciendo en cambio el ascenso de una democracia sustantiva”. [22]

Para Rosselli el análisis crítico del Risorgimiento italiano tenía dos motivos: sustentar su visión del socialismo en la historia italiana, y analizar en profundidad el tema del nacionalismo. Respecto a lo primero, consideraba que había dos expresiones del Risorgimiento: la versión oficial, moderada, y finalmente exitosa; y la visión popular de Garibaldi, inicialmente exitosa, pero capturada por el conservador Cavour. Para los dirigentes populares, como Mazzini, el problema de la unificación italiana estaba íntimamente vinculado con el problema de la libertad y del cambio social. Pero subestimaban el papel del nacionalismo entre las masas. De aquí la famosa frase de Antonio Gramsci, [23] quien sintetizaba el triunfo de la elite conservadora contra las masas populares en el hecho de que el conde Cavour –líder de los conservadores– entendía lo que pretendía políticamente Mazzini –el líder del movimiento popular apoyado en el carisma de Garibaldi–, en tanto que este último no entendía sino solamente peroraba en contra de los conservadores.

La conclusión tanto de Gramsci como de Rosselli es que al entender las estrategias de tus enemigos aclaras mejor tus propias estrategias. Por esto, Rosselli señala en función del uso fascista del nacionalismo que, aunque el sentimiento de nacionalidad puede no ser inherente a la naturaleza humana, negar su influencia basados en su “actual degeneración y desviaciones” fue un error fatal de los antifascistas. El nacionalismo no puede simplemente ser borrado. [24]

Su convicción acerca de la influencia del nacionalismo en las sociedades contemporáneas estuvo modelada por la experiencia de la elección en la región del Saar –que se consideraba francesa por las elites europeas–, en 1935, cuando la población decidió unirse a la Alemania nazi. Esos resultados electorales confirmaron dos conceptos que mantuvo Rosselli frente a las críticas del comunismo ortodoxo: la tremenda fuerza del nacionalismo, particularmente en aquellos países que recientemente habían logrado su unificación nacional como Italia y Alemania; y lo absurdo de conducir las luchas contra el fascismo sólo contando con la fuerza del proletariado:

“Frente a masas ignorantes, impotentes y víctimas ‘de quienes hagan más ruido’, los regímenes fascistas solo podrían ser derrotados regresándoles al pueblo su sentido de autonomía, su capacidad de razonamiento y el valor de la libertad. Para que el socialismo y el antifascismo resultaran exitosos, requerían de una alianza entre el proletariado y elementos ilustrados de la burguesía”. [25]

Su revisión del nacionalismo y la relación entre éste y el socialismo llevó a Rosselli a analizar el papel del Estado en la época moderna. Aquí una de la más drástica separación frente a las versiones contemporáneas del socialismo marxista. Para Rosselli “el Estado es una máquina opresiva” y en otro ensayo añade que “hay un monstruo en el mundo moderno –el Estado–que está devorando a la sociedad”. Para él, la alternativa es clara: o el Estado aplastará a la sociedad, o la sociedad se liberará derrotando al Estado.

Así Rosselli escribía que “conductor que controla la sangre y el pan, el Estado fascista, ahora controla la mente y la conciencia de sus sujetos […] la alienación del hombre a favor del monstruo es completa. Estamos en la plena barbarie”. [26]

Rosselli proponía el federalismo social como una alternativa al Estado despótico, centralizado y opresivo. El prototipo de una sociedad anti estatista era para él las comunas medievales italianas, con sus asociaciones libres, representantes de las ciudades, corporaciones, universidades, confraternidades y sociedades.

Rosselli explícitamente emparentaba su pensamiento a la tradición anarquista de Bakunin y Proudhon, llamando a una permanente y confrontacional lucha contra el Estado. Su socialismo liberal era la antítesis de la idea que hace el socialismo equivalente al estatismo como se había desarrollado en la Rusia estalinista. Rosselli cita aprobatoriamente la cita de Marx cuando comenta el Programa de Gotha: “la libertad consiste en transformar al Estado, el órgano supremo de la sociedad en el órgano subordinado a la sociedad”; y otra frase de Marx tomada de su texto La guerra civil en Francia: “el Estado es el parásito que se nutre de la substancia de la sociedad y paraliza la voluntad libre”.

La única posible conclusión de este análisis de Rosselli era que la revolución italiana construida sobre las ruinas del capitalismo fascista sólo podría ser una asociación federativa dotada con la mayor autonomía y libertad. [27]

Aunque parezca evidente esta lectura comentada sobre los trabajos de Carlo Rosselli, este análisis contemporáneo obedece a razones parecidas a las que llevó a Norberto Bobbio, –quien lo conoció siendo él muy joven– a difundir sus textos y sobre todo Socialismo liberal. En la edición de 1997 del libro de Rosselli, también publicado por la editorial Einaudi, Bobbio expresa por qué en su opinión este texto era de enorme actualidad: “renacía con mayor fuerza en el ámbito mismo de la izquierda la siguiente pregunta: ¿cómo reafirmar la exigencia irrenunciable de los principios fundamentales del liberalismo sin renegar del socialismo como propósito?”

 


[1, 2, 3, 4, 8, 10, 18, 19, 20, 21, 22, 24, 25,, 26, 27, 28] Pugliese, G. S. (1999). Carlo Rosselli Socialist heretic and antifascism exile. Cambriddge, Mass. USA: Harvard Universitu Press.

[5] Rosselli, C. (2009). Socialismo liberale. Torino, Italia: Einaudi.

[6, 12, 13, 14, 15] Bobbio, N. (1979). Introduziones. En C. Rosselli, Socialismo liberale (págs. XXI-LIII). Torino, Italia: Einaudi.

[7, 9, 11, 16, 17] Rosselli, C. (1994). Liberal Socialism. Princeton, NJ, USA: Princeton University Press.


[23] “[M]entre Cavour era consapevole del suo compito in quanto era consapevole criticamente del compito de Mazzini, Mazzini per la scarsa o nulla consapevolezza del còmpito de Cavour, era in realtá poco consapevole del suo propio còmpito (Gramsci, 1952:70).

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