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Dossier - Nuevas derechas
7 Abril 2022 / Por Víctor Santana

Alt-right: ¿dónde están ahora?

La carrera de la youtuber de ultraderecha Lauren Southern inició el 8 abril de 2015 con un video titulado ¿Por qué no soy una feminista? Esgrimía los argumentos típicos del movimiento de hombres: más hombres van a prisión, más hombres se suicidan y también, aunque no más, los hombres son víctimas de violación (i.e. los hombres son un peligro para lo demás y sí mismos).

Si el mensaje no era original, ¿por qué se viralizó? Porque Southern, entonces de diecinueve años, era y es una mujer hermosa siempre implacablemente maquillada: la fantasía de procreación de cualquier derechista cis hetero (o superhetero) medio incel determinado a salvar la raza blanca. Southern también era más inteligente e intrépida que el resto de los opinócratas del YouTube derechista.

En junio de ese año apareció en la Marcha de las Putas de Vancouver cargando un letrero con la leyenda (en dos acepciones) No existe la cultura de la violación en Occidente. Lo que parecía una burla a las feministas en realidad era un ataque al Islam, otro de sus blancos predilectos. En 2017, en una marcha feminista en Londres, le preguntó a las manifestantes: ¿qué prefieres, feminismo o Islam?, cosechando azoro y repudio. Las falsas dicotomías de la ultraderecha: para criticar las disonancias del multiculturalismo, propone soluciones integristas.

Southern predicó la paranoia blanca en sus formas estadounidense y europea: el genocidio blanco y el gran reemplazo. Y no se limitó a lloriquear desde su comodidad canadiense como la competencia, sino que, con un vigor que apenas Petra László, se unió a antimigrantes franceses para impedir que un barco de Médicos Sin Fronteras partiera de Sicilia a rescatar a unos migrantes varados en Libia.

En 2018, con una entrevista a Aleksandr Duguin, se convirtió en la voz crucial de los fascismos. Sin embargo cabe preguntarse si la entrevista no tuvo más detractores que conversos. Porque una cosa es entretenerse con Southern poniendo en su lugar a feministas, musulmanes y chairos, y otra muy distinta fascinarse con las fantasías bélicas y vagamente medievales del tradicionalismo. Duguin, profeta del neoimperialismo ruso en forma de fascismo bueno, compañero de partido de Eduard Limónov y, según sus perseguidores, Rasputin ideológico del Kremlin, tiene poquísimo o nada para conmover a la ultraderecha allende el Cáucaso. Resulta cómico verlo fraguar utopías sobre los hombros de Julius Evola, ese Robert E. Howard del esoterismo reaccionario.

Pero no todo era miel sobre suásticas. Southern fue aluzada por el faro moral de Silicon Valley, que la condenó a perder su cuenta de GoFundMe y no monetizar su canal de YouTube. En febrero de 2018 Reino Unido le prohibió la entrada por repartir panfletos en los que aseguraba que Alá era gay. Y en julio, aunque pudo entrar a Nueva Zelanda, la izquierda antifa y la autoridades bloquearon su agenda.

A mediados de 2019 anunció su retiro y volvió a YouTube un año después, casada y con un hijo concebido fuera del matrimonio, una decepción para su base conservadora. El año de retiro le sirvió para reflexionar sobre el machismo que experimentaba en el círculo alt-right en público y el acoso en privado. ¿Quién iba a pensar que los tradicionalistas eran unos patanes?

Desde entonces es apenas una sombra de sí misma. Como la mayoría de los youtubers de derecha (de Ben Shapiro a Isaac Butterfield), se dedica a comentar irónicamente las desventuras y exageraciones de los justicieros sociales de TikTok.

 

La guerra cultural existe al margen de que finjas no prestarle atención.

Ni siquiera quienes están libres de redes sociales pueden escapar de un combate que se libra en cada mente. Eso sí: quien pasa su tiempo libre en grupos políticos de Facebook e hilos de Reddit militantes, se coloca en la primera línea de combate. Y se condena al estrés postraumático, que si bien puede tener salidas violentas, normalmente es un apaciguador que permite leer los extremos ideológicos con una actitud pospolítica. Un buffet inmenso de propuestas poco razonables a las que se da clic según valores estéticos y humorísticos. ¿Se aprende algo de la ultraderecha? ¿Su resurgimiento está más ligado a sus formas que a sus contenidos?

La guerra cultural existe al margen de que la izquierda sepa o no memear.

 

El canal de Blaire White en YouTube tiene 976 mil seguidores y 152 millones de reproducciones. Un récord nada despreciable para un canal que, si acaso, se actualiza cada dos semanas. White debe más la fama a sus entrevistas con Joe Rogan, Dave Rubin y Alex Jones, así como a su participación en un debate sobre política identitaria organizado por Vice, en el que expuso una de sus creencias más arraigadas: la identidad no binaria fue inventada por la academia queer, y no es una identidad, sino una postura política. Luego las personas no binarias se metieron a la etiqueta trans sin la experiencia de la disforia de género y el horizonte de la transición. Y ahora usurpan los espacios trans en los debates políticos.

Blaire White es la it girl de la videocrítica a la teoría queer. Con tremendo passing y un novio cis de ensueño, encarna las aspiraciones conservadoras de algunas chicas trans. Es crítica de los neopronombres, la corrección política, el activismo gordo y cualquier cosa que pueda perturbar el camino a la integración social de su comunidad. Su trabajo, aunque más pop y valley girl, está en la línea de otras trans críticas del movimiento trans, como Debbie Hayton y Rose of Dawn. White no es, como se asegura desde algunos activismos trans y no binarios, una mujer trans transodiante, y su posición no solo es esperable en un movimiento a favor de derechos individuales, sino una de las constantes en la historia de la lucha LGBT+.

La Sociedad Matachín, la primera gran organización homosexual de Estados Unidos, sufrió dos escisiones en 1953, a tres años de su fundación. La primera, aterciopelada, ocurrió cuando el sector asimilacionista, sin abandonar el grupo, formó ONE, una revista que abogaba por los derechos homosexuales en el contexto de los derechos civiles, libres al fin del afán identitario y antropológico del otro sector. La segunda escisión fue la renuncia de lo fundadores, conscientes de que, durante el macartismo, su militancia comunista se interpondría en el avance de la agenda gay.

Un par de cosas sobre los LGBT+: ni todos son comunistas ni todos son liberales más allá de sus derechos civiles particulares. Y nada indica que la orientación sexual o la identidad de género tengan relación alguna con otras demandas sociales del presente. Por eso los LGBT+ tienen el mismo derecho que los demás a tener opiniones aberrantes, anhelar distopías horrendas y votar contra sus propios intereses. La exigencia solo puede ir en el sentido contrario: comunistas y liberales están obligados a abanderar los derechos LGBT+ si no quieren convertirse en políticos oscurantistas de partidos ínfimos. Y esa es una discusión que (en las democracias) se hace efectiva en elecciones y asambleas.

Pero que White tenga derecho a la solidaridad limitada, no hace menos penosa su elección de compañeros de viaje. En una videollamada con Ben Shapiro, no logra convencer a la estrella conservadora de que para referirse a ella debería usar siempre pronombres femeninos. Shapiro concede que en ocasiones, si fuese conveniente, se referiría a ella como a una mujer, pero se reserva el derecho de utilizar pronombres masculinos si le viene en gana.

 

Ok, boomer. A huevo, zoomer. ¿Estamos atrapados en el pleito de las dos generaciones más ridículas de la Edad Contemporánea?

Los zoomers (y los millenials Peter Pan) parecieran convencidos de que el eje de la actividad política está en una línea de la carta del Che Guevara a sus hijos: Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. De ahí salen los aliados y los empáticos, siempre anhelando reconocimiento por tener emociones y ver las noticias.

¿Y los boomers? Enojados porque no está en el centro de la discusión la lucha sindical. Los migrantes, los gays (sinécdoque de LGBT+), las mujeres y la mayoría trabajadora sin organización ni prestaciones que se rasquen con sus propias uñas. Que nada mancille el edificio ideológico incompleto que construyeron entre Woodstock y Avándaro.

Y en medio la Generación X como un dios. Los X jóvenes y los millenials viejos, orgullosos de la marcha en Seattle como si hubiesen derrotado al FMI. ¿Saben por qué les fascinaba el EZLN? Por su compromiso a no tomar el poder. ¿Cómo desconfiar de alguien con tan nobles propósitos? El título de libro más oportunista de inicio de siglo es Cambiar el mundo sin tomar el poder (2002) de John Holloway. De verdad creían que eso era posible, y no solo posible, estaban seguros de que era la única manera de que el cambio fuera real y duradero. Si la Historia les daba la contraria, peor para ella. En la Historia no estaba el nuevo amanecer que aparecía en sus historias.

Claro, los boomers son religiosos y los zoomers creen en estupideces poéticas como el Tarot, las sagas fantásticas y el aceleracionismo, pero a nadie como a los X le faltó tantísimo la inteligencia. Ahora, resentidos, aseguran estar en contra del lenguaje inclusivo porque no soluciona nada y solo sirve para que quien lo use afirme un sentido de comunidad con los otros hablantes y de superioridad ante el resto monolingüe, pero eso solo es cierto en un 51%. El resto tiene que ver con que los X, que nunca tuvieron una herramienta tan poderosa para enloquecer a la generación superior, ya son la generación superior.

 

A sus veintitrés años, el católico Nick Fuentes es el hombre más censurado de la ultraderecha. Ha perdido sus cuentas en Airbnb, Coinbase, DLive, Facebook, Gettr, Instagram, Patreon, PayPal, Reddit, Shopify, Streamlabs, Stripe, Twitch, Twitter, Venmo y YouTube. Además está en la lista de no-vuelo de Estados Unidos.

Fuentes encabeza un ejército de trolls llamados groypers que eligieron como enemigos a la derecha convencional y la ultraderecha tibia, forzándolas a destapar sus machismos, homofobias y antisemitismos. La juventud de Fuentes y sus seguidores, sumada a su agenda extrema entre las agendas extremas, provoca que sus apariciones en público parezcan performances satíricos. El más costoso de esos performances, el que lo obliga a moverse por tierra, fueron sus arengas durante los disturbios en el Capitolio el 6 de enero de 2021.

Durante su participación en el podcast You are here de The Blaze, Fuentes propuso que las mujeres de Estados Unidos tuvieran un marco legal equivalente al de Arabia Saudita o Afganistán. Habló de su deseo de casarse con el único objetivo de tener un heredero varón. Y propuso quitarle el voto a quienes no tuvieran propiedades o trabajaran en tiendas departamentales, un primer paso hacia un sistema totalmente iliberal, en el modelo del Reino Celestial y el Vaticano. Confrontado por Sydney Watson, militante del movimiento de hombres, Fuentes reconoció la inexperiencia que sustenta sus ideas: nunca ha vivido en Afganistán ni ningún país que no sea Estados Unidos, nunca ha tenido una relación amorosa y es virgen.

Cada noche, de lunes a viernes, resiste a la censura y propaga conspiraciones sobre el covid-19 desde su programa en Cozy.tv, una plataforma creada por él y que es la casa de una veintena más de vloggers de ultraderecha.

La izquierda, otra vez, tiene que aprender a reírse, pero ya no de sí misma, sino de la derecha. Y no debiera costarle tanto trabajo, pues de Renaud Camus a Joe Biden, del Dosier Steele a Qanon, de Lilly Téllez a Gabriel Quadri, de Ann Coulter a Gloria Álvarez, de Agustín Laje a Javier Milei, la derecha incluye risas enlatadas.

¿Y si mejor se da por perdida la batalla en el humor sardónico y dank? ¿Tendría algo de malo concederle eso a la derecha y que la izquierda se meta de lleno a la indignación? Sería la muerte, sin embargo el humor en realidad es importante en la medida que la falta de humor supone una incapacidad para pensar fuera de sí, la imposibilidad de, por un minuto, ser otro.

La derecha, por si fuera poco, se apropió de otra de las marcas más preciadas de la izquierda: el conspiracionismo. (Si crees que el conspiracionismo no es de izquierda, relee en voz alta el primer párrafo del Manifiesto del Partido Comunista.) Y la izquierda no dejó de ser conspiranoica porque ahora sea muy inteligente y solo descubra entramados políticos y financieros reales y comprobables, sino porque le tiene pavor a unir puntos sin líneas previamente punteadas. Nadie sabe con certeza por qué surgió ese miedo con tintes irracionales, pero suelen arriesgarse tres explicaciones: 1) el temor a las consecuencias imprevistas de nuestros actos que se siente al terminar de ver El efecto mariposa (2004); 2) una internalización severa del Fin de la Historia de Francis Fukuyama a pesar de su descrédito frente a la realidad; 3) aprehensión ante la posibilidad de una condena de las Karens y los guardianes de la moral infiltrados.

 

Depende a quién le preguntes, pero Kyle Rittenhouse es un nazi de diecisiete años que cruzó líneas estatales para tirotear manifestantes en Kenosha, Wisconsin. O Kyle Rittenhouse es un jovencito patriota que disparó en defensa propia contra sus agresores en Kenosha, Wisconsin. Depende a quién le preguntes.

Entre la noche del tiroteo (25 de agosto de 2020) y el inicio del juicio (1 de noviembre de 2021), Rittenhouse recibió el apoyo de todo el espectro de la derecha. Y en enero de 2021 se reunió en un bar con simpatizantes de los Proud Boys, quienes le cantaron el himno adoptado por la organización: “Proud of your boy”.

Dos días después de ser absuelto de todos los cargos, dio su primera entrevista a Tucker Carlson en Fox News, en la que se describió como simpatizante de Black Lives Matter y víctima de la izquierda y la derecha. Apareció más relajado en diciembre, durante su entrevista con Steven Crowder, el memeado, demonetizado y remonetizado conductor de “Change my mind”. Rittenhouse bromeó sobre sus partidas de Call of duty durante el juicio y las cartas de fans que ha recibido. Y describió a la mujer de sus sueños: “Una persona que salga conmigo por quien soy. Lo que busco en una mujer es… me gusta una chica con algo de trasero, de cierto modo tetas grandes, ¡senos grandes!”.

Mientras Rittenhouse esquiaba en las montañas la pasada navidad, TikTok eliminó su cuenta. Está por verse si ha nacido o no una nueva estrella de la ultraderecha.

 

La derecha imagina que el anhelo subconsciente de la izquierda es un gobierno comunista mundial de cíborgs y queers vigilados con los chips de las vacunas. Pero la izquierda, ya puesta a soñar, preferiría dejarle a la derecha el encarguito de salvar al planeta. Libre de la petrofobia y de Greta, podría gastarse toneladas de bosques y no renovables en la búsqueda de una singularidad tecnológica al servicio del comunismo. A lo mejor una superinteligencia artificial volvería arcaicos todos nuestros problemas sin generar otros problemas. Un mundo con el planeta de rodillas pero sustentable. Transhumano pero muy humano. La izquierda se detiene en el umbral de ese pensamiento: ¿no será una fantasía inspirada por esos pósters de la propaganda soviética que prometían un cielo en la Tierra de la mano de la técnica y el proletariado?

 

En Chico usa a CHICA DE TALLA GRANDE, vive para arrepentirse, Jack, un músico flacucho, es el novio interesado de Angela, una chica de talla grande. Ángela le regala una guitarra y entradas de un festival de música para él y sus amigos, y se compromete a pagar la reparación de su carro. En el taller, Jack le presume al mecánico que tiene a su novia comiendo de su mano.

Angela es confrontada por su amiga Lisa, quien le dice que Jack está con ella por su dinero. Angela no le cree y esa noche sale a cenar con Jack. Mientras Angela recoge el carro en el valet, Jack coquetea con la mesera.

Al día siguiente, en la escuela, Lisa escucha a Jack decirle a sus amigos que le dirá a Angela que la ama para que le compre más cosas. Lisa lo confronta, y de pronto llega Angela. quien cuenta que, la noche anterior, vio a Jack coquetear con la mesera. Y esa mañana fue al taller, donde el mecánico le reveló que Jack había dicho que tenía a su novia comiendo de su mano. Jack dice que no es lo que parece, pero Angela no le cree. Jack le pregunta si cancelará los boletos del concierto. Angela no hará eso: los cambió a VIP para ir con Lisa y otras amigas.

Uno de los amigos de Jack lo tranquiliza diciéndole que al menos sacó una guitarra de la relación, pero ¿dónde está la guitarra? Jack la olvidó en su carro, y cuando va por ella, el mecánico le dice que no puede sacar nada del carro o llevárselo hasta que le pague. Jack no tiene dinero. Vive para arrepentirse.

El canal homónimo de Dhar Mann en YouTube está en el lugar 228 en cuanto a número de suscriptores y 500 en reproducciones (en 2021 promedió 400 millones de reproducciones mensuales). Fue creado en 2018 por Mann con el propósito explícito de “no solo contar historias, sino salvar vidas”. Y por salvar vidas se refiere a contar historias en las que a los buenos la vida termina por hacerles justicia. Karma instantáneo. Como La rosa de Guadalupe pero sin Virgen, ni rosa, ni aire ni nada.

Algunos videos del canal, como Cazafortunas deja a novio sin dinero, luego se arrepiente de su decisión”, concluyen con la aparición de Mann explicando la moraleja de la historia, aunque más que una moraleja sea una invitación al egoísmo, el resentimiento y la venganza. Una versión larga del meme de el nerd no se acuerda de ti.

¿Son estos videos de derecha o simplemente brindan los peores consejos? “Chico usa a CHICA DE TALLA GRANDE, vive para arrepentirse” le miente a quien esté en la situación de Angela: el mecánico de tu pareja jamás te revelará si eres amado o no. Pero, sobre todo, le miente a quien se identifique con Jack: no basta con decirle a alguien que lo amas para que abra la cartera, tienes que hacer otras cosas que probablemente no harías por gusto.

Si esto no es de izquierda ni de derecha, definitivamente sí es antirrevolucionario y antirreaccionario. Es la ideología del inmovilismo. Aguanta, pero el pueblo no se levanta. Dios proveerá, pero no hay Dios. Sartre y de Beauvoir deben estar revolcándose en Montparnasse. Un bluepilleo muy denso.

 

Pero hoy, en México, la creencia en el karma instantáneo es una más en el mercado de las ideas incomprobables. Otras son más dañinas en el contexto actual, como esa que se resume en el mantra los derechos no se votan.

Decir que los derechos no se votan supone, en principio, un desconocimiento de la democracia representativa y la conformación del sistema judicial. Los derechos siempre se votan. Pero lo que quieren decir en realidad los defensores de que los derechos no se votan es que los derechos no deben votarlos directamente los ciudadanos. No confían en ellos, prefieren el criterio de las instituciones cooptadas por sus camarillas (o las camarillas que creen que los representan).

En México, mientras la derecha convencional es antidemocrática hasta el fraude, la ultraderecha, segura de compartir con la mayoría el diagnóstico del país, apuesta por la democracia participativa. Después del presidente y el oficialismo, FRENAAA es el gran promotor de la consulta de revocación de mandato. Su líder, Gilberto Lozano, señala la contradicción: tan importante es el derecho a elegir como el derecho a despedir. Aquella gente que se dedica todo el día a criticar a López Obrador, desacreditarlo, se rasgan las vestiduras, hacen programas monetizados para criticarlo, pero a la hora de hablar de quitarlo, “no, no me quites mi payaso, no, me va a servir para los siguientes años”.

En el otro extremo ideológico de la oposición, el EZLN se manifestó a favor de la Consulta popular del año pasado. En Por qué Sí a la Consulta y Sí a la pregunta, firmado por el SupGaleano, se exponen todas las reservas posibles a la consulta, pero se reconoce que los pocos zapatistas con credencial del INE votarían, y que el resto, para apoyar a los familiares de las víctimas de los crímenes del pasado, participarían de manera extemporánea, fuera de las casillas.

La 4T, al menos como la conocemos, termina el 1 de septiembre de 2024. Ninguno de los aspirantes presidenciales de MORENA ha manifestado la voluntad de imponer más frenos a la oligarquía, más bien se perfila un viraje radical al centro con el objetivo de apaciguar a la clase política. Y si la derecha llega a la presidencia o consigue el control legislativo, se afanará por reinstalar los programas clientelares para el rescate de la plutocracia.

El avance de las libertades individuales y, especialmente, los derechos sociales, pasará necesariamente por la movilización. Tendrá que votarse otra vez por los derechos.

El año pasado murió Rush Limbaugh, precursor de la alt-right y quizá quien más hizo para normalizar el conservadurismo malhablado y licencioso que después abrazó Donald Trump.

Pero la ultraderecha goza de buena salud.

Nunca terminan de irse los bárbaros y nunca son una solución.

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