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14 Octubre 2021 / Por Dulce Colín

El origen de nuestra subordinación

Gerda Lerner, La creación del patriarcado

"La falta de conocimientos que tenemos de nuestra propia historia de luchas y logros ha sido una de las principales maneras de mantenernos subordinadas." Gerda Lerner

La creación del patriarcado,[1]  de Gerda Lerner, no solo es una obra referente de la Historia de las mujeres para entender cómo se desarrolló el proceso por el que se institucionalizó la dominación masculina, es también una herramienta para la acción feminista, ya que parte de una convicción política: el patriarcado tuvo un comienzo y tendrá también un final.

 “A las mujeres se les dijo que no tenían historia, y lo creyeron. Y como no tenían historia, no tenían alternativas para el futuro”, escribió Gerda Lerner[2] para señalar una de sus diferencias fundamentales con Simone de Beauvoir y El segundo sexo, ensayo cumbre de la filósofa francesa y la obra más influyente en el pensamiento feminista del siglo XX. 

Lerner confronta la demostración de de Beauvoir sobre el origen de la subordinación de las mujeres basado en la necesidad y posibilidad (a partir del determinismo biológico) de los hombres por la trascendencia, de la misma forma que las mujeres fueron relegadas a la inmanencia. De Beauvoir dice que las mujeres carecen de medios concretos para organizarse y formar una unidad debido a que no tienen un pasado, historia y religión que puedan llamar suyos. Para Lerner, este planteamiento es ahistórico porque se centra en el producto final, y no en dar cuenta de cómo dicho proceso se estableció. “La creación de la historia de las mujeres está todavía en marcha y tendrá que continuar así durante mucho tiempo” (Lerner, 1986: 221). 

La relevancia que el análisis de Lerner da a la función política de la Historia es un aspecto notable y emancipador que la diferencia del de de Beauvoir, y es una de las razones por las que considero que La creación del patriarcado es una obra fundamental para iniciarse en la lectura o estudio de teoría y pensamiento feminista. 

 

La creación del patriarcado

La creación del patriarcado se publicó en 1986, el mismo año en que murió Simone de Beauvoir y 33 años después de El segundo sexo. En palabras de Teresa López Pardina, la obra de de Beauvoir se trata de “un estudio totalizador de la condición de las mujeres en las sociedades occidentales, que abarca todos los aspectos del problema y del cual son deudores todos los planteamientos feministas que han venido después, tanto los que lo continúan como los que se le oponen y los que lo silencian”.[3]

Podríamos decir que la obra de Lerner se sitúa, sobre todo, en la primera categoría de deudoras. En La creación del patriarcado se leen hilos conductores con El segundo sexo: en la herencia hegeliana de su análisis dialéctico; en sus referencias teóricas de otros pensadores, como Engels, Lévi-Strauss o Freud (ya sea para adherirse como para cuestionar sus postulados); en su explicación sobre el género como un constructo social y un mecanismo del patriarcado que se manifiesta de distintas maneras en las sociedades y a través del tiempo; y en el contundente posicionamiento político de ambas acerca de un porvenir emancipador para las mujeres a partir de la conciencia feminista. 

También son claros los puntos de quiebre entre una y otra. Para Lerner, que las mujeres estuvieran al margen de la creación histórica y la civilización es un mito patriarcal que se afianzó en el pensamiento e interiorizaron como un hecho dado tanto hombres como mujeres, incluso en las más instruidas de su generación, como Simone de Beauvoir.

Resulta particularmente significativo que las únicas referencias sobre actos liberadores o heroicos de una mujer o grupo de mujeres autónomas e independientes a la protección masculina se presentaban en forma de mitos o fábulas. Pero lo cierto es que las mujeres son y siempre han sido un sujeto político y agente de la historia. Tan solo por representar a la mitad de la humanidad han estado al centro del desarrollo de la civilización. Es de la construcción de la Historia[4] donde estuvieron al margen durante miles de años. Al excluirlas sistemáticamente de la educación, de participar en profesiones intelectuales y de elaborar sistemas de símbolos, se les impidió la posibilidad de poner por escrito e interpretar los hechos a fin de darles significado y sentido. Entonces, la creación de la Historia ha sido androcéntrica y patriarcal. 

Lerner llama “dialéctica de la historia de las mujeres” a ese conflicto entre la experiencia real de las mujeres y su exclusión de la interpretación de esa experiencia, misma que las ha impulsado a luchar contra su condición. Al disputar la interpretación androcéntrica de los hechos del pasado de los que han participado, las mujeres han creado un cuerpo de conocimiento que las ha empujado a actuar hacia el logro de su emancipación. Esto es especialmente relevante al estudiar el patriarcado como sistema institucionalizado de dominación que subordina a las mujeres. 

Los debates actuales dentro del feminismo y la agenda pública en torno a temas como la prostitución, la pornografía y el alquiler de vientres, hacen de La creación del patriarcado un libro no solo actual sino necesario para retomar las categorías analíticas que brinda sobre la participación de las mujeres en el proceso de subordinación y la relación que existe entre la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres con el capital y el dominio masculino.

La tesis de Lerner es que la primera forma de dominación en la humanidad de la que se tiene registro es la de los hombres sobre las mujeres y esta sentó las bases tanto de la esclavitud como de la sociedad de clases. El orden social patriarcal, entendido como la institucionalización de esta dominación, no se instauró de manera espontánea ni natural. Por el contrario, es producto de un proceso histórico y humano que duró alrededor de 2,500 años para establecerse, desde el año 3100 al 600 antes de nuestra era.

A lo largo de once capítulos la obra establece el marco histórico y presenta las evidencias con fuentes primarias y secundarias (fundamentalmente mesopotámicas, hebreas y griegas) que explican el desarrollo de ese proceso de dominación que comenzó en la familia —a partir de la transformación en la organización del parentesco— y se convirtió en una estructura creada e impuesta por la cultura al extenderse a las relaciones económicas, al Estado, y al orden simbólico en la religión y la filosofía. Expone las causas de la subordinación de las mujeres y cómo se desarrolló la transformación de las ideas, símbolos y metáforas a través de las cuales se fue organizando el sistema sexo-género en las distintas sociedades. Si bien Lerner escribe explícitamente que no pretender haber creado una teoría general del surgimiento del patriarcado, sostiene que su hipótesis podría ser aplicada a otras sociedades, culturas y geografías.

Su recorrido comienza en el neolítico. Aunque no hay evidencia alguna de la existencia de un sistema social matriarcal (tema que ha obsesionado a generaciones de académicas feministas de distintas disciplinas), las sociedades entonces tenían una organización relativamente igualitaria. La división sexual del trabajo estaba basada en las necesidades y funciones biológicas, dadas las condiciones de su realidad material y de su vulnerabilidad ante los cambios climatológicos, pero tanto hombres como mujeres realizaban tareas productivas o económicas. Esto es, para la subsistencia de esos grupos era esencial que las mujeres dedicaran gran parte de su vida adulta a los embarazos y a la lactancia, al tiempo que realizaban actividades productivas, como la caza de presas menores, la recolección de alimentos —que era incluso más importante para subsistencia que la caza de grandes presas y exigía un profundo conocimiento de la naturaleza—, y la invención y producción de vasijas, cestos y recipientes para conservar los excedentes alimentarios para tiempos de escasez. 

Esta situación comenzó a cambiar durante el desarrollo de la agricultura. Esta actividad exigía una cohesión de grupos más sólida y continua con el fin de incrementar la producción y acumular excedentes, por lo que la unidad doméstica demandaba crecer para garantizar mayor mano de obra. En ese periodo se reconoce la capacidad reproductora de las mujeres como recurso de la tribu. Las mujeres tienen descendencia directa y son ellas las que gestan, paren y amamantan; sin embargo son vulnerables en el embarazo y el parto, por lo que las tribus buscan procurarse más mujeres de otros grupos, ya sea por medio del rapto o mediante un acuerdo de matrimonio, para garantizar la reproducción de la tribu. 

En este proceso surge el tabú del incesto, la exogamia y la práctica del intercambio de mujeres, siendo esta última la primera forma de comercio. La familia transitó de la matrilinealidad a la patrilinealidad, lo que constituyó un viraje decisivo en las relaciones de poder entre hombres y mujeres, quedando estrechamente relacionados la explotación del trabajo humano y el control sexual de las mujeres. La apropiación del trabajo reproductivo de las mujeres y su uso como mercancía es entonces la base de la propiedad privada y la principal causa de la subordinación de las mujeres.

Los hombres aprendieron a dominar y a establecer jerarquías sobre otros grupos a partir de la práctica de la dominación de las mujeres de su propio grupo. Al intercambio de mujeres y su compra en matrimonio en provecho a las familias se sumaría su sometimiento como esclavas a partir de la guerra. Las mujeres de los grupos vencidos y sus hijos serían propiedad de los vencedores para recibir de ellas mano de obra y servicios sexuales, mientras que a los hombres se les mataba. Los testimonios y la evidencia de cualquier sociedad esclavista apuntan a que, desde sus inicios, la esclavitud adoptó formas distintas en hombres y mujeres. Los primeros eran explotados como trabajadores, las segundas eran utilizadas como trabajadoras y como prestadoras de servicios sexuales y reproductivos. La explotación sexual define la explotación de clase, expresada en términos de género, en las mujeres.[5]

En las sociedades mesopotámicas, hacia el segundo milenio antes de nuestra era, la subordinación de las mujeres fue impuesta por el poder totalitario de los Estados arcaicos y quedó institucionalizada en sus primeros códigos jurídicos. Tanto a las mujeres de familias pobres como a las de familias de la élite se les negó autonomía, y su estatus dependía de su relación con otro hombre, ya sea padre, esposo o amo. El dominio patriarcal y el control de la sexualidad femenina pasaron de la práctica privada al control del Estado. Quedaron reguladas las apariciones públicas de las mujeres y la división de las mujeres en clases diferentes de acuerdo con su conducta sexual (mujeres respetables y no respetables, esposas y prostitutas). Además, en las leyes mesopotámicas quedó expresada por primera vez la metáfora de la familia patriarcal como la base de la comunidad.

Al cabo de mil años, la completa dependencia de las mujeres hacia otros hombres quedó tan regulada en leyes y costumbres que se terminó por considerarla natural y un mandato divino. Y sin embargo, las mujeres aún desempeñaban un papel respetado por sus servicios religiosos como sacerdotisas, videntes o curanderas al mediar entre humanos y dioses. Hasta entonces había una igualdad perceptible de los seres humanos ante los dioses que influía en la vida diaria. Tanto hombres como mujeres veneraban el poder metafísico femenino.

La degradación simbólica del estatus de las mujeres inició con el derrocamiento de las diosas por un único dios dominante y creador de vida. Este cambio se dio a partir del desarrollo de la transformación simbólica de la vulva de la diosa a la simiente del hombre, del árbol de la vida al árbol del conocimiento, y de la celebración de las nupcias sagradas a las alianzas bíblicas; esto, transformó a su vez las metáforas y símbolos que explican quién creó la vida, quién trajo el pecado al mundo, quién media entre lo humano y lo divino, a quién hablan los dioses; cuestiones básicas en toda religión. En la transición del politeísmo al monoteísmo hebreo se impuso a las diosas de la fertilidad, se asoció toda sexualidad femenina al pecado y surgió una clase sacerdotal integrada únicamente por varones.

De igual manera, con la filosofía aristotélica, que describe a las mujeres como seres defectuosos e incompletos, se consolida el sistema simbólico occidental que naturaliza la subordinación de las mujeres y, de esa manera, termina de establecerse el orden patriarcal como ideología.

 

Gerda Lerner

Gerda Lerner nació en Viena en 1920. De origen judío, migró a Nueva York en 1939, después de haber sido arrestada por seis semanas por los nazis, cuando su padre aceptó renunciar a su negocio y propiedades como condición de su liberación. Años después reconoció que esa experiencia la hizo enfrentar la muerte y se convirtió en fuente de resistencia a lo largo de su vida.

Lerner fue siempre una luchadora social desde distintos roles. Antes de su vida en la academia y de recibir el doctorado en Historia por la Universidad de Columbia en 1966 con una tesis sobre las hermanas Grimké y su contribución a la abolición de la esclavitud, se unió al Partido Comunista y fue integrante activa de organizaciones políticas sindicalistas, antirracistas y, por supuesto, feministas. Fue una prolífica escritora de poesía, cuento, novela, teatro y cine con compromiso político (leer La creación del patriarcado resulta una experiencia gozosa no solo por la erudición que demuestra del tema, sino por su estilo narrativo y su cuidadoso uso de las palabras). 

Se unió a la facultad de Historia en Sarah Lawrence en 1968, donde se creó el que es considerado el primer programa de posgrado en Historia de las mujeres en 1972, con ella al frente. Poco después, en 1980, creó el primer programa doctoral en Historia de las mujeres en la Universidad Wisconsin-Madison, donde terminó La creación del patriarcado, después de ocho años de trabajo.

La acción política de todo movimiento social requiere de herramientas de análisis para entender las causas y mecanismos de las opresiones que se buscan resistir. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la Historia de las mujeres (Herstory) se convirtió en una fuente esencial para el desarrollo de la conciencia y el pensamiento feminista al reivindicar el papel central y activo que las mujeres siempre han tenido en la historia al igual que los hombres, incluso en la de su propia subordinación. Es por ello que el trabajo de Lerner por impulsar el reconocimiento y consolidación de la Historia de las mujeres como un área de conocimiento legítima fue, sin duda, una de sus mayores contribuciones. 

En dominio de su oficio, Lerner demuestra que la historia no es lineal. El traer al presente los hechos del pasado, reescribirlos y reinterpretarlos a partir de la evidencia y con apoyo de las herramientas de análisis del feminismo tiene el poder de transformar el presente. Solo se pueden generar ideas revolucionarias cuando la clase oprimida posee una alternativa al sistema de símbolos y significados de quienes les dominan. 

Una de las conclusiones que atesoro después de leer este libro hace ya algunos años, es que conocer la historia de las mujeres es indispensable para la formación de la conciencia feminista. Es un vehículo para imaginar formas alternativas de organización social que nos permitan lograr nuestra emancipación. Deseo que esa misma convicción acompañe también a las nuevas lectoras del pensamiento feminista y compañeras de lucha.

 


[1] Lerner, Gerda (1986). The Creation of Patriarchy, Oxford: Oxford University Press.

[2] La creación del patriarcado puede conseguirse en inglés, su idioma original, en la edición de Oxford University Press, o en español por la editorial Katakrak Liburuak. Sobre este último, pueden enviarme un mensaje en twitter para enviarles el pdf (¡conocimiento libre!).

[3] López Pardina, Teresa (2018). El feminismo existencialista de Simone de Beauvoir. En Amorós, Celia y de Miguel, Ana (Ed.), Teoría Feminista. De la Ilustración al segundo sexo (pp. 335). Madrid, España: Minerva Ediciones.

[4] Utilizo la misma distinción que hace Lerner entre historia, en minúscula, para hacer referencia a los hechos del pasado que no han quedado escritos, e Historia, con mayúscula, a los hechos del pasado registrados de forma escrita e interpretados.

[5] El género entendido como la definición social y cultural del comportamiento y los roles que la sociedad considera como apropiados para cada sexo. En La creación del patriarcado, Lerner incluye un apéndice de definiciones para establecer el vocabulario común y adecuado a conceptos que describan la situación histórica de las mujeres, las diferentes luchas autónomas de las mujeres, y el objetivo de la lucha de las mujeres.

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