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Dossier - Mujeres y feminismos
14 Octubre 2021 / Por Dana Corres

Hablemos de mujeres

“Ellas no tienen pasado, ni historia, ni religión que puedan llamar suyos.” Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo

El patriarcado es algo real y tangible para las mujeres, una realidad evidente para aquellas que hemos incorporado el pensamiento feminista en nuestras vidas, pero para muchas otras personas puede ser una idea alejada de toda realidad. Parecen no darse cuenta de que esto que somos está sostenido por miles de años de historia de la humanidad que, a su vez, da sustento a ideas, mitos, cultura, religión que han ido moldeando y cambiando esas realidades en cierto tiempo y espacio. Y en casi todas esas realidades, desde hace más de 4 mil años, entre todos los grupos y clases, las mujeres siempre han sido las más oprimidas.[1]

En su libro La Creación del Patriarcado, Gerda Lerner dedica cientos de páginas al análisis histórico de la vida humana. Lo mismo hizo Françoise de Héritier en los dos volúmenes de Masculino y Femenino, desde la antropología. Graciela Hierro lo hizo desde la filosofía. Las tres autoras (por poner solo tres ejemplos) analizaron exhaustivamente las formas de pensamiento de la vida humana de los últimos miles de años para probar la existencia del patriarcado: un sistema que a través del género pone lo masculino por encima de lo femenino.

Toda esta opresión nace de nuestros cuerpos. Sí, aunque haya quienes lo nieguen, ya sea por la misoginia imperante en el pensamiento de derecha o porque hay quienes (también situados en la derecha, aunque no lo sepan) creen que lo biológico nada tiene que ver con todas las experiencias que se viven siendo mujer. Hablan, por ejemplo, del “sexo asignado al nacer” pero este es un hecho biológico que no depende de una decisión que implicaría el “asignar”, sino que se basa en los caracteres sexuales primarios y secundarios y sucede incluso antes de nacer (ante los avances tecnológicos que ya permiten conocer el sexo y condiciones genéticas de los seres vivos aún en el vientre materno). Es aquí donde preocupa la facilidad con la que se confunden sexo y género y se cae en falacias y franca deshonestidad: el sexo es una realidad biológica, en tanto el género es una construcción social. El género, sin embargo, no se construye en el aire, se construye sobre el sexo (nacer hembra o nacer macho de la especie humana) y se ha construido a través de un proceso histórico que tardó más de 2 500 años en configurarse.[2] Esto no significa que las mujeres seamos solo cuerpos sexuados o vaginas y vulvas, sino que sobre nuestros cuerpos se definió el género como un sistema que nos ordenó en masculino y femenino, y que asignó tareas, violencias y opresiones a los varones y a las hembras de la especie humana.

Las feministas, a través de la filosofía, la historia, la antropología, la etnología y la simple observación, han dado cuenta de cómo la primera forma de propiedad privada fueron los cuerpos de las mujeres. Incluso Lévi-Strauss[3] y Engels[4] hablaron de esto (es triste que una tenga que poner enfrente a los pensadores varones para argumentar, pero es lo que hay). Nuestra sexualidad siempre ha estado controlada por otros: en el neolítico y con la llegada de la agricultura, por ejemplo, el intercambio de mujeres entre grupos para el matrimonio aseguraba la paz y la reproducción del mismo grupo. También desde diversas disciplinas[5] se explica el origen de la división sexual del trabajo en el bipedismo hace unos 3 millones de años, es decir, cuando empezamos a caminar en dos pies y erguidas nuestros cuerpos evolucionaron para que nuestra pelvis y el canal de parto se estrecharan, dando a luz a seres humanos con cabezas más pequeñas (que pudieran caber en ese espacio más pequeño) y que, por lo tanto, estaban más inmaduros para enfrentarse al mundo, lo que convirtió a las mujeres en cuidadoras de esos seres que eran totalmente dependientes de la madre (período durante el cual también se desarrollan sus cerebros). Así, los machos de la especie son quienes asumen la tarea de buscar comida a través de la caza y las hembras se dedican al cuidado y a la recolección.

A lo largo de la historia vemos cómo la maternidad se convirtió también en divinidad: esos son los mitos fundacionales en los que se ha apoyado el patriarcado para la opresión de las mujeres. A través de historias y de símbolos hicimos de la maternidad un fin y un destino para ellas. Además, les dijimos que eso las hacía diosas. A veces el pensamiento humano es limitado: creemos que nuestra realidad se explica solo con lo que vemos y lo que hemos vivido y no concebimos más allá de unos 100 o 200 años de vida humana, sin ver que todo lo que somos, hacemos y pensamos tiene su origen en miles de años de formas de pensamiento.

De la misma forma, hemos de aceptar que el feminismo lleva instalado en el pensamiento humano poco más de 200 años y que se ha enfrentado con toda suerte de resistencias dada la posición de supremacía que ocupan los hombres en todas las cosas del mundo: la política, las ciencias, la filosofía, la medicina, la esfera pública, etc. Esto no significa que miles de mujeres no hayan resistido antes del feminismo. Siempre pienso en cuántas mujeres habrán sido violadas a lo largo de la historia o cuántas mujeres han sido asesinadas resistiéndose a este sistema que nos violenta… la sola idea me entristece profundamente: deben ser millones de mujeres a lo largo de la historia.

Por eso me parece importante que reconozcamos que llevamos muy poco tiempo hablando de nosotras y de nuestros cuerpos. Hasta hace menos de un siglo, por ejemplo, en el campo de la medicina, el cuerpo masculino era la norma, era lo que se estudiaba. Incluso hoy, cuando nos enseñan las partes del cuerpo, se hace a través de imágenes de lo masculino y es solo cuando nos enseñan de sexualidad que nos muestran el aparato reproductor femenino. Pasa más o menos lo mismo con el lenguaje: nos dicen que la norma "culta” dicta que el masculino “genérico” es la forma de nombrarnos a todas las personas.

En los albores de la revolución sexual y de la llamada (para el feminismo occidental) segunda ola del feminismo, creímos que finalmente era hora de la liberación femenina: reclamábamos acceso a empleos que nos permitieran salir del espacio privado y explorar nuestras capacidades más allá del cuidado y del trabajo del hogar; reclamábamos el acceso a educación como un derecho no solo de los varones (y que se consagraba así en todas las reglamentaciones existentes); creímos que la píldora y la liberación sexual nos llevarían a la emancipación femenina. Nos equivocamos.

Muestra de ello es la penalización del aborto en tantos lugares del mundo, incluido México. El control de nuestra sexualidad y de nuestro cuerpo es una realidad incontrovertible. Como bien lo dijo en días recientes la ministra Norma Piña, en relación con la penalización de las mujeres que deciden ejercer sus derechos sexuales y reproductivos: “lo que se está castigando es la conducta sexual de las mujeres”, en tanto que cuando ellas no otorgan consentimiento (es decir, en casos de violación) se les “permite” abortar y cuando sí otorgan consentimiento (es decir, cuando una mujer ejerce libremente su sexualidad) no se “permite” la interrupción del embarazo. En ese sentido, nuestros cuerpos siguen al margen de lo que los otros (los hombres) decidan que debemos de hacer con él y cómo ellos decidan que debemos vivir nuestra sexualidad. Ese control de nuestra libertad y nuestra sexualidad tiene miles de años sucediendo; una de las bases fundacionales del patriarcado es el poder sobre nuestra capacidad reproductiva. El derecho a la interrupción del embarazo no es más que la forma actual de resistirnos a ese patriarcado que busca seguir en control de nuestro cuerpo.

Resulta esperanzador que vivamos en la época donde más se escribe y se habla de las mujeres, de nuestras realidades y de nuestros cuerpos, justamente porque entendemos que de nuestra corporalidad nace nuestra opresión. Cada vez somos más las mujeres que conectamos nuestra realidad personal con una realidad estructural que está aquí desde hace miles de años. “Lo personal es político”,[6] es decir: todo aquello que parece una condición personal, en realidad forma parte de un sistema de opresión. Cada vez hablamos más de los temas que nos conciernen a las mujeres y que nos afectan a las mujeres y, sin embargo, no es suficiente. Y no lo es porque en este contexto de no dejar que los derechos de las mujeres avancen, existen algunos grupos que nos exigen renunciar a nombrarnos y a hablar de nuestras realidades. No solo los negacionistas del sexo como una realidad biológica, sino también aquellos que, en nombre de una supuesta diversidad, nos dicen que hemos de renunciar a nombrarnos y a nombrar procesos biológicos que nacen de nuestra capacidad sexual y reproductiva y que son el origen de nuestra opresión… parece que no quieren que denunciemos esta realidad que es solo nuestra desde hace milenios. Nos exigen[7] incluirnos en el “todes” y “todxs”, y nos dicen que para ser inclusivas hemos de llamarnos “personas menstruantes”, “personas gestantes”, “personas con capacidad de parir” porque “mujer” ya no es un término inclusivo.

Entonces, les tengo una propuesta. Si sabemos que no se ha hablado lo suficiente de las mujeres y las niñas y que apenas llevamos unas décadas haciéndolo: no nos detengamos. Defendamos nuestro derecho a visibilizar, reflexionar, hablar, sobre nosotras. Hablemos de todas las experiencias que nacen de nuestros cuerpos y del ser mujeres porque son experiencias definitorias de las violencias que vivimos: la menstruación, el embarazo, el parto, la menopausia, la adolescencia, nuestras hormonas, las enfermedades y dolencias que son comunes en nosotras como mujeres, el nacer niñas en distintos contextos del patriarcado, las distintas formas de violencia que vivimos (desde las formas sutiles, hasta la violación y el feminicidio).

En el feminismo no está todo escrito, estamos construyéndolo constantemente y parte de nuestra responsabilidad ética y política es la de cuestionarlo todo. Esa es una de las maravillas del feminismo: que nos cuestiona y que cuestiona también la creación –patriarcal– de vacas sagradas; nos toca cuestionar las ideas que creímos inamovibles porque seguimos en la construcción de un movimiento que destruya este sistema que nos oprime llamado patriarcado. Las ideas de las mujeres están allí: desde Flora Tristán, pasando por Rosa de Luxemburgo, las aportaciones y reflexiones del movimiento sufragista, Simone de Beauvoir, Gerda Lerner, Françoise Héritier, Chimamanda Ngozie Adichie, las aportaciones del feminismo radical, el feminismo negro, las reflexiones que nos aporta el Abya Yala, el feminismo mexicano con Marcela Lagarde y Graciela Hierro (entre muchas más), el lesbofeminismo… y otras más que, sin escribir sobre teoría feminista o estudios feministas, aportaron a la lucha de las mujeres a través de su trabajo o de romper con una barrera o de ser contestatarias o de abrir las puertas para muchas otras. No nos olvidamos tampoco de las mujeres en nuestras vidas que nos han marcado y que, siendo anónimas para la historia del mundo, han sido importantísimas para nuestra propia formación: las madres, abuelas y bisabuelas que, víctimas de su tiempo, resistieron y confrontaron en la medida de sus posibilidades.

Somos nosotras, las mujeres feministas, quienes desde hace poco más de 200 años estamos escribiendo sobre la opresión y la violencia que vivimos, y que lo hacemos asumiendo altísimos costos por ello. Ya hemos sido brujas, tontas, feas, antifemeninas y muchas otras cosas más para intentar callarnos y, ¿hemos parado? No. No lo hacemos por nosotras, pero también por nuestras hijas y nuestras nietas. Hablemos y sigamos hablando de las mujeres porque en eso se equivocó de Beauvoir: sí que tenemos pasado e historia, las estamos reconstruyendo y hablando de ellas. Estamos también construyendo nuestro presente y cimentando el futuro.

 

 

 


[1] "Hay alguien todavía más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero", decía Flora Tristan.

[2] Para la historiadora Gerda Lerner y tras un largo análisis, la creación del patriarcado es un proceso histórico que tardó 2 500 años en construirse y que se concluye con el Estado arcaico.

[3] Según la teoría levi-straussiana, lo social se funda sobre ciertas ideas: la prohibición del incesto, la exogamia, el matrimonio entre grupos y la división sexual del trabajo. El matrimonio entre grupos o la posesión de mujeres entre grupos contrarios aseguró la guerra o la paz. Véase: Claude Lévi-Strauss, La Familia (varias ediciones).

[4] "El primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino”. Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Prefacio a la primera edición, 1884.

[5] Desde la biología, la sociobiología, la historia y otras. Se puede ver en Gerda Lerner, pero también en Nancy Tanner (On becoming Human), Nancy Tanner y Adrienne Zihlman (Women in Evolution, Part I: Innovation and Selection in Human Origins); Ruth Bleier (Science and Gender: a Critique of Biology and Its Theories on Women).

[6] Frase acuñada en un ensayo de Carol Hanisch, publicado en Notas del Segundo Año y que puede ser leído en español aquí.

[7] Aunque existen muchos ejemplos de esta violencia hacia el simple hecho de nombrarnos, el caso de Milli Hill me resulta sumamente interesante: ella es una periodista y escritora con más de una década de trabajo sobre gestación y partos desde un enfoque más realista y positivo. En los últimos meses ha sido atacada, vilipendiada, acosada, insultada con el objetivo de callarla por negarse a incluir a las mujeres en algunos de estos términos supuestamente inclusivos. Aquí puedes leer su postura.

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