Como ya es marca de la casa, las últimas elecciones generales en Italia trajeron consigo resultados inquietantes. Luego de un efímero gobierno tecnocrático dirigido por el banquero Mario Draghi, los italianos dieron el triunfo a una coalición de ultraderecha encabezada por el partido Fratelli d’Italia y su lideresa Giorgia Meloni, una periodista que se presenta como madre y cristiana, admiradora del Señor de los Anillos lo mismo que de Benito Mussolini.
Meloni que se perfila como la primera mujer que asumirá la Presidencia del Consejo de Ministros de la República (título oficial del primer ministro italiano). Será también la primera persona de filiación abiertamente neofascista en dirigir el gobierno italiano. Luego de décadas de funcionar como una especie de laboratorio de las tendencias políticas –del telepopulismo de Berlusconi al ciberpopulismo del Movimiento 5 Estrellas— cabe preguntarse sobre las implicaciones de lo que hoy ocurre en Italia. ¿Acaso la ultraderecha ha adopado rostro de mujer?
Como todo fenómeno político, la ultraderecha está atravesada por el género. La relación entre ambos ha sido analizada por Cas Mudde, polítólogo holandés de la Universidad de Georgia (EE.UU.), en un libro interesantísimo, "La ultraderecha hoy" (publicado por Polity en 2019 y traducido por Paidós).
Para Mudde, la visión de la ultraderecha sobre el género y la sexualidad está determinadas por su “nativismo”, la versión xenófoba del nacionalismo que comparten todas las organizaciones de esta corriente política. La ultraderecha, explica el politólogo, defiende un tipo “familismo”, ideología según la cual la familia tradicional es el fundamento de la nación y, como tal, está por encima de cualquier derecho reproductivo o de identidad. Una concepción de la familia, por cierto, que en países con gobiernos de ultraderecha como Hungría o Polonia ha sido elevada a rango constitucional.
Si bien, como señala Mudde, la ultraderecha siempre ha sido sexista, el sexismo de estas formaciones políticas ha sido, por decirlo de alguna manera, “ambivalente”. Esta ambivalencia es resultado de combinar un sexismo supuestamente “benevolente” —la actitud condescendiente según el cual las mujeres son criaturas puras, pero débiles que deben ser protegidas por los hombres— con un sexismo abiertamente “hostil”, que ve a las mujeres como seres corruptos y políticamente poderosos que amenazan el orden de las cosas.
Tradicionalmente, en la ultraderecha ha dominado el sexismo “benevolente”, pero hoy el tipo “hostil” ha crecido, sobre todo en internet. En este cambio tienen mucho que ver las ideas sobre la masculinidad que predominan dentro de estas organizaciones políticas: mientras que en el «sexismo benevolente» lo masculino se asocia al clásico “macho alfa”, para el «sexismo hostil» hoy los hombres se encuentran “oprimidos” por las mujeres, lo que resulta en una combinación de masculinidad tóxica (que define la hombría en términos de violencia y status) y la misoginia.
Este nuevo tipo de sexismo hostil está presente en muchas subculturas de internet aglutinadas alrededor de la ultraderecha como los gamers, los autonombrados “célibes involuntarios” (incels) que exigen tener sexo como un derecho, y los “artistas del ligue” (pickup artists). De igual modo, es común entre los seguidores de “filósofos” de YouTube como Jordan Peterson o de sus imitadores regionales, que intentan replicar su pose de rebeldía. El peligro aquí radica en que, como se ve a las mujeres como una amenaza, los ataques contra aquellas que no se ciñen a sus estereotipos aparece como algo cada vez más aceptabe y frecuente, dentro y fuera del mundo virtual.
Aunque los votantes de la ultraderecha siguen siendo eminentemente hombres cis y hetero (de acuerdo con el estudio de Mudde, la brecha de género en la membresía de estos partidos y su electorado es a menudo de dos a uno), algo está cambiando, sobre todo en sus liderazgos. Pese a que el dirigente macho aún existe (como, por ejemplo, un Jair Bolsonaro que, más allá de su interés por la “lluvia dorada”, sigue presentándose como emblema de tipo duro), estos casos han dejado de ser la norma. Hoy hay cada vez más mujeres dirigentes en la ultraderecha, desde la Marine Le Pen del ex Frente Nacional, que desplazó a su padre como dirigente de los ultras franceses, hasta Alice Weidel, una mujer abiertamente gay que lidera el partido ultraderechista Alternative für Deutschland en Alemania.
Giorgia Meloni forma parte de ese grupo de mujeres en posiciones de liderazgo que pueden mezclar discursivamente (y en cuestión de segundos) las conocidas apelaciones ultraderechistas a la seguridad y la mano dura contra los migrantes, elementos de retórica popular como la crítica a las instituciones financieras y la defensa del ciudadano de a pie[1] y ataques a los derechos de los colectivos LGBT, a la “ideología de género” y a los derechos reproductivos de las propias mujeres.
Y es que, desde el punto de vista del “familismo” ultraderechista, la autonomía corporal de las mujeres, las familias homoparentales, las personas trans o la llegada de hombres extranjeros (estereotipados como depredadores sexuales, a la Trump) aparecen como auténticos enemigos del futuro de la nación que deben ser combatidos en todos los frentes.
No resulta extraño, entonces, que el triunfo de Meloni esté siendo utilizado por comentaristas, uno de ellos es Agustín Laje, como un recurso simplón para criticar al feminismo y a la izquierda. “¿Cómo es posible —se preguntan— que quienes se han presentado como defensores de la causa de la igualdad critiquen hoy el ascenso inédito de una mujer al poder? ¿Puede haber mayor ejemplo de hipocresía?”
En realidad, no hay tal contradicción. La razón es sencilla y debería ser fácil de comprender, incluso para ellos: de la representación descriptiva de las mujeres en las instituciones públicas no se sigue de forma automática la representación sustantiva de su agenda [2]. Dicho en otras palabras, el que haya mujeres en puestos de responsabilidad en un gobierno es una condición necesaria, pero de ninguna manera suficiente para que existan políticas que defiendan sus derechos y generen avances en materia de igualdad. Meloni será mujer y madre, pero un gobierno suyo será ciertamente una mala noticia para las italianas, especialmente para las más pobres, y un precedente preocupante para el resto del mundo.
Hoy el rostro de la ultraderecha está cambiando. Los ropajes que adoptan estas plataformas políticas se están adaptando con mayor destreza a los nuevos tiempos. Aunque el tipo del cavernícola sigue siendo popular entre ciertos sectores de la población —véase el tirón que aún hoy mantiene Donald Trump en Estados Unidos o Santiago Abascal en España—, la nueva ultraderecha muestra una cara más amable, maneja Tik Tok y adopta un discurso de tonos más sibilinos que hay que nombrar y combatir.
En ese sentido, el triunfo de Meloni y los Fratelli d’Italia debe recibirse como una historia cuya moraleja, como bien decía otro italiano —Maquiavelo— nos muestra los caminos al infierno precisamente para poder evitarlos.
[1] No hay que olvidar que el partido de Meloni fue el único en mantener su oposición al gobierno de Draghi.
[2] Una confusión compartida no sólo por la alt right y sus imitadores nacionales sino por ciertos tipos de feminismo liberal como el representado por Hillary Clinton, que al expresar su opinión sobre un eventual triunfo de Meloni, dijo: "the election of the first woman prime minister in a country always represents a break with the past, and that is certainly a good thing."