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Columna - Análisis
Fotografía: Wold Bank Photo Collection
24 Marzo 2022 / Por Gerardo Esquivel

México frente a la reglobalización

En los últimos años ha comenzado un paulatino proceso de desglobalización, es decir, una tendencia a revertir los fuertes impulsos globalizadores de las décadas previas. Este proceso, que comenzó a raíz de la crisis financiera global de 2008-2009, tenderá inevitablemente a acelerarse en los próximos años como resultado de dos episodios recientes: la pandemia del Covid-19 y la invasión de Rusia a Ucrania.

Los primeros signos de este proceso comenzaron con un desencanto creciente con los resultados de la globalización en diversas partes en el mundo. El movimiento Occupy Wall Stret con su exitoso slogan “We are the 99 percent”, el ascenso y posterior triunfo electoral de Donald Trump (incluyendo la salida de Estados Unidos del TPP, Trans-Pacific Partnership Agreement), así como la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit), no fueron sino las primeras y más evidentes manifestaciones de este fenómeno. Sin embargo, no han sido las únicas. Una cifra poco reportada en la prensa económica internacional es que la Inversión Extranjera Directa a nivel mundial, tanto en términos reales como en proporción del PIB, alcanzó su nivel máximo en 2007 y desde entonces no ha logrado recuperarse. (Ver https://data.worldbank.org/indicator/BM.KLT.DINV.WD.GD.ZS )

La pandemia del Covid-19 y la invasión de Rusia a Ucrania acelerarán de manera inevitable esta tendencia desglobalizadora. Junto con la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la ruptura en las cadenas globales de valor atribuible a la pandemia fue una primera gran señal de alerta sobre la vulnerabilidad del sistema económico actual. La escasez de semiconductores que aún afecta a la industria automotriz y electrónica en el mundo, así como el aumento desmesurado de los costos de los fletes de Asia a Estados Unidos ilustran con claridad los enormes riesgos que se corren al depender excesivamente de los insumos de una sola región. La enorme dependencia europea del gas proveniente de Rusia y el impacto que la guerra en Ucrania podría tener sobre los precios de alimentos y materias primas es un factor adicional que impactará negativamente a la economía mundial y que revela la fragilidad del arreglo económico actual. En general, estos dos fenómenos han puesto de manifiesto que las premisas bajo las que se construyó una economía excesivamente globalizada eran incorrectas.

Hace unos años se puso de moda un libro del articulista y escritor norteamericano Thomas L. Friedman, The World is Flat, en el que se aseguraba que la globalización había producido un mundo en el que los factores históricos y geográficos serían cada vez menos importantes. En ese mismo libro Friedman propuso lo que se conoció como la “Teoría Dell de la Prevención del Conflicto”, en la que planteaba que dos países no pelearían entre sí mientras ambos pertenecieran a las mismas cadenas globales de suministro. Los acontecimientos recientes claramente llevan a cuestionar estos argumentos: el mundo no es tan plano cómo se pensaba y las cadenas globales de valor no bastan para prevenir o evitar los conflictos entre naciones.

Ahora bien, ¿qué significa y hasta dónde llegará este proceso de reconfiguración de la globalización? Evidentemente es difícil pronosticar el rumbo y alcance de este proceso. Sin embargo, una cosa es evidente: este proceso no implica que regresaremos a episodios de extremo proteccionismo o de autarquía. En general, la libertad de los flujos de capital y de comercio llegaron para quedarse. Sin embargo, la globalización a partir de ahora será diferente. De manera voluntaria o involuntaria, algunos de los países que más se han beneficiado de los flujos de capital y de la integración económica han puesto en jaque recientemente a la economía mundial. Esto ha comenzado a producir una necesaria reflexión sobre la conveniencia del actual orden económico mundial. Además, políticas como el “One road, one belt” de China empiezan a ser percibidas con desconfianza por algunos países, mientras que la invasión rusa a Ucrania ha dado lugar a sanciones económicas importantes, cuyos costos serán enormes y dejarán cicatrices profundas en las relaciones económicas con el país invasor. El costo de estas sanciones no sólo será pagado por Rusia, sino que también tendrá efectos negativos importantes para el resto del mundo.

Por todo ello, es posible que en el mediano y largo plazo veamos transformaciones importantes a nivel mundial en diversas dimensiones. La búsqueda de diversos países y regiones por una mayor seguridad alimentaria, industrial y energética será parte crucial del nuevo orden que emergerá en un futuro cercano.  La transición energética en Europa (y quizá en otras partes en el mundo) deberá acelerarse significativamente para reducir la dependencia de los recursos energéticos provenientes de Rusia. En el plano político es posible una realineación que pretenda establecer ahora una separación (al menos parcial) entre las democracias liberales y aquellas no percibidas como tales. La tranquilidad y aparente certeza que había traído el “aplanamiento” del mundo desaparecerá para dar paso a nuevos episodios de desconfianza entre naciones. La relocalización de diversas industrias también será parte fundamental de este fenómeno. La búsqueda de los lugares más baratos para obtener insumos cruciales y producir bienes finales será sustituida por la búsqueda de los lugares que, sin dejar de ser económicos, sean también confiables y accesibles para producirlos.

En el nuevo orden internacional que emergerá después de la pandemia y de la guerra en Ucrania, la posición geográfica y el contexto histórico volverán a cobrar importancia. Otra vez volverá a ser relevante con quién y en qué condiciones se establecen relaciones comerciales y de negocios. La confianza entre los países y la garantía del mantenimiento de las cadenas de suministro se volverán cruciales. A este fenómeno es a lo que llamamos reglobalización, es decir, una versión distinta de la hiperglobalización neoliberal en la que no importaban ni la historia ni las tradiciones.[1]

En este contexto, México se encuentra en una posición geográfica particularmente ventajosa para beneficiarse de las tendencias que empezaremos a observar. No sólo somos vecinos del mercado más grande del mundo, sino que además recientemente hemos renovado nuestros acuerdos de libre comercio con Europa y el resto de Norteamérica. Así, México podría convertirse en una especie de “hub” económico que conecte a Norteamérica con Asia, Europa y América Latina. Además, México podría beneficiarse enormemente del proceso de relocalización de diversas industrias (reshoring y nearshoring) que seguramente ocurrirá en los años venideros. La ventajosa posición geográfica, la confianza y certidumbre que otorgan los acuerdos comerciales vigentes, así como la estabilidad política y social de nuestro país, todo ello contribuye a generar un ambiente propicio para beneficiarnos ampliamente del nuevo contexto internacional.

Para que todo esto ocurra, y para garantizar el mayor impacto posible, México debe tomar algunas acciones específicas en el futuro cercano: debe invertir más en infraestructura y comunicaciones (puertos, aeropuertos, carreteras, etc.), debe reducir la inseguridad que afecta a amplias zonas del país, debe enviar señales claras de respeto y compromiso con los acuerdos comerciales internacionales, debe garantizar la provisión accesible de insumos clave para la producción y debe seguir reduciendo la corrupción para garantizar un piso parejo a los agentes económicos.

Si todo ello ocurre, México estará extraordinariamente posicionado para sacar ventaja del nuevo orden económico internacional. En algún sentido, el momento actual es reminiscente del momento en que se planteó por primera vez la integración comercial con Estados Unidos y Canadá. En aquel momento, a principios de los años noventa, la caída del Muro de Berlín anticipaba la reorganización de la actividad económica mundial en torno a distintos bloques económicos de carácter regional. Sin embargo, nadie anticipaba que lo que finalmente ocurriría sería una hiperglobalización en la que también participarían países como China, la India y otros países asiáticos, lo cual dio lugar a toda una reconfiguración de las cadenas globales de valor. Es cuestión de recordar que la entrada de China a la Organización Mundial de Comercio en el año 2000 fue uno de los factores (quizá el más importante) por los que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no tuvo los efectos positivos esperados sobre la economía mexicana.[2]

Después de la experiencia hiperglobalizadora de las últimas tres décadas, es posible que a partir de ahora presenciemos una importante reversión de este fenómeno y que ahora sí regresemos a un enfoque de carácter más regional. En este nuevo orden se trataría de garantizar la operación y el funcionamiento de las cadenas de suministro internacional al mismo tiempo que se buscaría reducir las vulnerabilidades frente a choques externos, al mantener un cierto grado de autosuficiencia alimentaria y energética ya sea desde una perspectiva nacional o regional. En esta posible reconfiguración del orden económico internacional, México tendría mucho que beneficiarse de una mayor y mejor integración económica con Canadá y Estados Unidos. En este proceso, los tres países podríamos beneficiarnos de nuestras complementariedades y es posible que ahora sí se pudiera dar paso a lo que en su momento Robert Pastor llamó la “Comunidad Norteamericana”.

Los posibles beneficios de avanzar en esta dirección son múltiples. Mientras que Estados Unidos y Canadá son países abundantes en capital, México lo es en fuerza de trabajo. Mientras que aquellos países son sociedades en proceso de envejecimiento acelerado, México aun disfruta de un bono demográfico. Las estructuras de nuestras economías son complementarias. México podría ofrecer múltiples beneficios a los habitantes de esos países en materia de cobertura médica y dental, lugares de retiro, turismo, economía de cuidados, etc. En general, México podría ofrecerles a esos países la solución a muchos de sus problemas que enfrentarán en años venideros.

De hecho, en una época no muy lejana, Estados Unidos empezará a sufrir una escasez importante de mano de obra en ciertos sectores económicos (agricultura, ciertos servicios y construcción), en los cuales la mano de obra de origen mexicano ha sido históricamente importante. Esta presión en el mercado laboral se añadirá a otras presiones existentes en la economía estadounidense y podría convertirse en una fuente de presiones inflacionarias en el futuro.  Por ello, un acuerdo de movilidad temporal de trabajadores entre México y Estados Unidos (y quizá Canadá) podría ser parte importante de este proceso de integración. Todo ello no haría sino fortalecer los vínculos entre nuestras economías y beneficiaría a todas las partes de manera simultánea.

Los anteriores no son sino ejemplos de las múltiples posibilidades que se le pueden presentar a México en un mundo distinto al que conocemos en la actualidad. Por supuesto, no estamos seguros de que esta reconfiguración mundial realmente ocurrirá. En última instancia, puede haber presiones e intereses que continúen empujando al mundo hacia una desglobalización, antes que hacia una reglobalización. En cualquier caso, no podemos descartar que ocurra lo segundo en vez de lo primero. Si ese es el caso, es mejor estar preparados para ese escenario. Ya perdimos en al menos una ocasión la oportunidad de beneficiarnos de la apertura económica y la globalización. En caso de que se presentara una nueva oportunidad, no podemos darnos el lujo de desperdiciarla una vez más.


[1] Esa globalización a ultranza que defendió Tony Blair cuando dijo que la globalización no debía discutirse: “I hear people say we have to stop and debate globalisation. You might as well debate whether autumn should follow summer. (…) The character of this changing world is indifferent to tradition. Unforgiving of frailty. No respecter of past reputations. It has no custom and practice.” Tony Blair (2005). https://www.theguardian.com/uk/2005/sep/27/labourconference.speeches

[2] Esquivel, Gerardo y Robert A. Blecker (2013). “Trade and the Development Gap” en Andrew Selee y Peter H. Smith (eds.), Mexico and the United States: The Politics of Partnership, Boulder, CO: Lynne Rienner, 2013, pp. 83-111.

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