Dossier
Dossier - Mujeres y feminismos
25 Octubre 2021 / Por Julieta Brambila

Afinidades electivas: La lucha trans* y los feminismos

He de confesar que mi acercamiento a los feminismos ha sido más accidentado que intencional: me cruzaron por delante después de hacer mi transición de género. Antes de esto —desde la posición de privilegio que me dio mi nacimiento— me era difícil, casi imposible, hacerme consciente de las sutiles y enraizadas estructuras de dominación del patriarcado. Ahí estaban, ahí siguen, pero me resultaban invisibles. Conforme navegué el mundo con mi renovada identidad, me hice mucho más consciente, porque también lo viví, de la materialidad perniciosa del patriarcado y los dardos del micromachismo, como son los comentarios denigrantes, las miradas inquisitorias, el acoso callejero. Todas las mujeres —sin importar si lo hemos sido toda la vida— vivimos a diario estas experiencias que, a su vez, son subyacentes a otras expresiones más tóxicas de odio y masculinidad que nos acechan. Que nos arrojen ácido en la cara —como pasó esta semana con una joven trans en Jalisco, quien se convirtió en la mujer número 21 atacada de este modo desde el 2000—[1] nos debe volver conscientes de que, entre otras cosas, tenemos en común que somos las víctimas preferidas del machismo.

Las mujeres no solamente compartimos los tipos de violencia a los que estamos sujetas, sino también la profunda desigualdad en la que nos encontramos. Los efectos económicos y laborales de la pandemia han profundizado las desigualdades por razón de sexo y género. Las mujeres nos hemos enfrentado más a la pérdida de ingresos y empleo que los hombres, así como a la sobrecarga de trabajo no remunerado. Estas devastadoras consecuencias son incluso más acentuadas en poblaciones de mujeres en donde se intersectan múltiples desigualdades, como son las que viven en zonas rurales, las indígenas y las del espectro trans*.[2]

Además de los estragos de la violencia y de la desigualdad que compartimos, también convergemos en esos espacios de acción política y resistencia desde los cuales nos posicionamos ante estos fenómenos. Desde hace décadas, a esos espacios podemos llamarles feminismos. Como tradición de pensamiento y movimiento social, entiendo a los feminismos como un ensamblaje emancipatorio que busca desmantelar sistemáticamente las opresiones que se generan por una condición de género y sexual, las cuales han subyugado a las mujeres a lo largo de los siglos.[3] A partir de esa base, los feminismos son muy heterogéneos, algunos son sintomáticos del progresismo de su tiempo, aunque también los hay de los prejuicios del momento, pasando por los más puristas o por los más incluyentes. En un espectro tan amplio, desde luego, pueden también resultar contradictorios unos con otros. Aún en estos casos contradictorios, lo que aglutina a las coaliciones feministas, como movimiento cultural y político, es su enemigo en común: el patriarcado.

Comúnmente, la simplicidad del intercambio virtual, los prejuicios, la polarización política y el odio minan estos espacios políticos. Más importante aún, impiden darnos cuenta de que nuestra fuerza está en la diferencia y actuar en coalición y que, por encima de todo, intentamos erradicar, dominar o, al menos contener, a los mismos monstruos.

Partiendo de lo anterior, lo que sigue no está escrito desde la erudición ni tampoco intenta replicar episodios históricos y a veces filosóficos que ya han sido analizados y condensados de manera ejemplar.[4] Antes bien, es un alegato político para reconocer —otra vez más—[5] las afinidades electivas, así como algunas diferencias, entre los feminismos y la lucha trans*. La lucha trans* es el movimiento conformado por personas trans* y sus aliados, que pugna porque los derechos humanos de nuestra comunidad sean reconocidos como tales.

Aunque tienen una historia de tensión y conflicto, ambos movimientos han compartido y siguen compartiendo luchas similares. Tal es así que, primero desde las demandas colectivas y callejeras, y después desde la teoría, el transfeminismo ha sumado y contribuido a los movimientos feministas de muchas maneras.[6] De hecho, como bien se ha estudiado,[7] una pedagogía con una mirada desde los feminismos incluyentes de la lucha trans* contribuiría a formar sociedades más diversas y, así, fracturar desde el aula los estereotipos que refuerzan al patriarcado. Además, bien podríamos decir que muchos de los temas de la lucha trans* son (o han sido) temas feministas: la lucha por los derechos más básicos de trabajo, salud y educación; la erradicación de los prejuicios del paradigma de género y de la estigmatización/sexualización de nuestros cuerpos; la preeminencia de la medicalización en nuestras vidas, entre otros. Claro que también hay divergencias: están en temas sumamente específicos que —por las diferencias en la experiencia de vida— no ocupan el centro de la lucha de cada movimiento, como algunas políticas concernientes con la menstruación digna, en el caso de las mujeres trans*, o algunas relacionadas con las cirugías de confirmación sexual, en el caso de las mujeres cisgénero. Como se ha visto en algunos contextos (como el apoyo de hombres trans* a la legalización del aborto en Argentina), el acompañamiento entre los movimientos siempre suma, pero incluso un respetuoso silencio puede ayudar. 

Decía antes que los feminismos son heterogéneos y esto refleja las muchas diferencias que tenemos las mujeres, así como también las otras dimensiones que nos trastocan, como son la clase, el orígen étnico y el género.[8] Las mujeres no somos una masa ahistórica y uniforme que vive la desigualdad y las opresiones de la misma manera.

La desigualdad que nos rodea también estructura las violencias sistemáticas e históricas que vienen de la sexualización y explotación del cuerpo de las mujeres. Violencias igualmente opresoras combatimos las que no nacemos hembras, pues la vida es a ratos un campo minado por los micromachismos, la hipersexualización que ha hecho el porno con nosotras, así como las múltiples violencias y discriminaciones que experimentamos después de completar nuestra transición (e incluso antes, sobre todo en el caso de los hombres trans*). Además, la opresión en contra de las mujeres se ensaña más con algunos grupos de mujeres que con otros: comúnmente lo hace con aquellas que viven múltiples vulnerabilidades, como pueden ser las dedicadas al trabajo de calle. También se ensaña más con aquellas que, dadas sus condiciones identatarias, suscitan más odio, como son las indígenas o las mujeres del espectro de vida trans*. En una sociedad sexista como la nuestra, una mirada desde el feminismo de la interseccionalidad nos ayuda a ver cómo estos factores socioeconómicos y de identidad acentúan la discriminación y opresión hacia las mujeres. En otras palabras, la violencia corporal y psicológica que experimentamos las mujeres no se puede separar de las otras categorías que también nos constituyen. 

Ahora bien, en el devenir histórico de los feminismos, la diversidad de las mujeres ha dado pie a disputas enconadas en temas cruciales para el respeto de los derechos y la dignidad de todas las mujeres. Una de las arenas conceptuales más socorrida es por la definición del sujeto político de los feminismos, es decir, quiénes reclaman legítimamente su lugar como protagonistas en este espacio. En una inacabada (y a ratos estéril) lucha por la hegemonía sobre esta praxis, los feminismos han entrado en franca tensión con algunas de las categorías que comentábamos más arriba (la clase, el orígen étnico y el género). Al paso del tiempo, lo cierto es que este devenir nos ha mostrado que algunas feministas también compartieron ideas erráticas sobre estas categorías

En la llamada primera ola de los feminismos, que son movimientos que surgen en el largo periodo que va de finales del siglo XVIII hasta los inicios del XX, en Estados Unidos algunas simpatizantes, muy aguerridas (como Elizabeth Cady Stanton) mantuvieron posiciones racistas.[9] De manera similar, en la segunda ola, que va de los 50s a los 90s del siglo pasado, algunas feministas prominentes (como Betty Friedan) también en Estados Unidos buscaron excluir a las mujeres lesbianas bajo el argumento de que la homofobia podía entorpecer el progreso del movimiento feminista.[10] 

Un fenómeno análogo sucede desde que surgió la tercera ola, a partir de 1990 hasta ahora, algunos sectores feministas minoritarios han dirigido sus balas en contra de las mujeres que pertenecemos al espectro de vida trans*. Lo anterior bajo un pretendido feminismo materialista con tintes de un “biologismo ramplón”, como atinadamente le llama la filósofa Siobhan Guerrero.[11] Estos feminismos minoritarios y separatistas utilizan una narrativa trans-excluyente dañina y literalmente letal. En España,[12] como en la Ciudad de México, bajo argumentos temerariamente simplistas y retrógrados, estos movimientos excluyentes se embarcaron en una franca lucha por no reconocer los derechos de las infancias trans*, cancelando las posibilidades de desarrollo reales para muchas y muchos niños. Muchos niños que nos hemos sentido en descontento con nuestra anatomía hemos imaginado (y en casos más agudos intentado) alterar nuestros cuerpos de manera violenta para que se adecuen a nuestra sensibilidad interior. Esto explica, en buena medida, las altísimas tasas de suicidios entre las poblaciones de niños del espectro trans.[13] Atender esto y darle atención especializada aminoraría este fenómeno.

Ante estos discursos excluyentes hay que tener los pies de plomo.[14] Las diatribas filosóficas siempre son bienvenidas, pero los derechos humanos no se debaten.[15] Darles cabida en espacios de opinión y medios a estas narrativas excluyentes no solo tiene un costo político y moral, sino que es riesgoso, sobre todo cuando no se presentan en contextos balanceados, críticos y plurales. Es más, cuando el objetivo de estas narrativas de odio es dañar y excluir, se vuelven un atentado franco a nuestra existencia. Ninguna publicación es infalible, y la autocrítica, como muestra Río Arriba en la carta editorial publicada hace dos días, puede contribuir a un juicio editorial decididamente comprometido con combatir los discursos de odio. Incluso, como lo muestran los investigadores Melissa Michelson y Brian Harrison en un libro reciente,[16] un mayor apoyo a los derechos humanos de las personas trans* es posible no solo promoviendo la conversación, sino dándonos voz y tomando partido por nuestros derechos.

Lo cierto es que algo está mal, y quizás es sintomático de los muchos prejuicios que nos rodean, cuando una mujer le pasa a otra por encima en aras de conseguir sus objetivos de emancipación social.

Ahora bien, regresando a lo más sustantivo, si algo muestra una rápida mirada al devenir de los feminismos es que el sujeto político de estos espacios, más que acortarse, se ha seguido ampliando. Por tanto, como bien plantea la profesora Lori Watson:[17] la pregunta correcta no es cómo nos posicionamos (contraponen/antagonizan) las mujeres en relación con otras mujeres, sino cómo las mujeres, como sujeto político incluyente y plural, nos posicionamos respecto al patriarcado. Respecto a este punto, la parte medular siempre será que, aun guardando diferencias, las feministas no deben perder el objetivo común de combatirlo en todas sus manifestaciones.

Ya en un influyente ensayo publicado en 1999, Emi Koyama enumeraba las batallas en que la coalición conformada por los feminismos y el movimiento trans* tienen puntos de encuentro, como son erradicar las formas de discriminación y violencia que vivimos por condición de sexo y género; como sugerí arriba, el cuerpo quemado de una mujer debería ser una afrenta para todas. Incluso en temas que podrían generar cierta tensión, como lo son los concernientes con la salud reproductiva, estos movimientos tienen puntos de encuentro, como la decidida solidaridad de muchos hombres trans* con la legalización del aborto. También son batallas afines la despatologización de nuestra vida, la apropiación de nuestra narrativa, entre otros. En el ámbito de las instituciones políticas formales aún tenemos mucho que conquistar, así como en otros espacios cupulares que han sido históricamente restringidos para nosotras.

Como en otras coaliciones políticas y sociales que combaten la opresión, los feminismos y la lucha trans* encontrarán fructíferas colaboraciones de resistencia no solo aprendiendo a convivir con ciertas tensiones (que, hay que decirlo de nuevo, no deben dar cabida a los discursos excluyentes), sino sobre todo reconociendo que como sujeto político somos más fuertes, resilientes y eficaces cuando le ponemos un alto, juntas, a la opresión patriarcal.

Los feminismos y los movimientos trans* tienen, pues, objetivos políticos compartidos: constituyen una afinidad electiva. Tras mi propia transición, decía al principio, me pasaron los feminismos por delante y, al igual que las mejores cosas que he aprendido en este camino, me han dado una mirada más justa, decidida y renegada de mi propia existencia.

 


[1] Guillen, Beatriz. “Zoe, la joven trans atacada con ácido en Guadalajara: la nueva cara de la discriminación en México”, El País, 23 de octubre de 2021.

[2] A lo largo de este texto se utiliza trans* como un concepto paraguas que aglutina todas las identidades que desafían el género que sistemáticamente les fue asignado al nacer, incluidas las identidades travestis, transexual, transgénero, fluidas, no binaria y cualquier otra.

[3] Esta definición se basa en la de Susan Strike en su obra: (2017). Transgender history: The roots of today's revolution. Hachette UK.

[4] En inglés, el artículo compilatorio de Talia M. Bettcher es especialmente últil: (2009). “Feminist perspectives on trans issues”, Stanford Encyclopedia of Philosophy: En español, el texto de Siobhan Guerrero es también muy iluminador: (2019) “Lo trans y su sitio en la historia del feminismo”, Revista de la Universidad de México.

[5] La activista y estudiosa japonesa Emi Koyama ofrece algunos puntos de encuentro de la coalición trans* y los feminismos en su ensayo “The Transfeminist Manifesto", Catching a wave: Reclaiming feminism for the 21st century, 244-259.

[6] Algunas de las raíces conceptuales del transfeminismo se encuentran en “El Imperio Contraataca: Un Manifiesto Un manifiesto Post-transexual”, escrito por la académica Sandy Stone en 1992. Para Koyama (1999), el transfeminismo “es, fundamentalmente, un movimiento por y para mujeres trans quienes consideran su liberación intrínsecamente vinculada a la de todas las mujeres y más”. Cabe mencionar que es más preciso hablar de transfeminismos (en plural) pues adquieren un matiz diferente dependiendo de las historias, contextos y luchas específicas.

[7] Carrera-Fernández, M. V., y DePalma, R. (2020). “Feminism will be trans-inclusive or it will not be: Why do two cis-hetero woman educators support transfeminism?”. The Sociological Review, 68(4), 745-762.

[8] Crenshaw, K. (1990). Mapping the margins: Intersectionality, identity politics, and violence against women of color. Stan. L. Rev., 43, 1241.

[9] La activista y pensadora Angela Davis lo documentó detalladamente en su libro (2011) Women, race, & class. Vintage.

[10] La académica Susan Strike lo documenta en el capítulo 4 de su historia del movimiento trans* (arriba citado).

[11] Aquí un interesante debate con un conjunto de especialistas, incluyendo a la filósofa Siobhan Guerrero, sobre este tema.

[12]Alvarez, Pilar, 2021, “La ‘ley trans’ desde ángulos opuestos”, El País

[13] Toomey, R. B., Syvertsen, A. K., & Shramko, M. (2018). “Transgender adolescent suicide behavior”. Pediatrics, 142(4).

[14] Aquí una reflexión de la periodista Laurel Miranda sobre este tema: (2021), “El discurso transfóbico, el verdadero caballo de Troya del feminismo”, Balance.

[15] Es preciso apuntar que, sobre los debates de los derechos humanos, hay cierta evidencia que sugiere que procesos de deliberación democrática pueden, de hecho, proteger garantías universales. Frey, B. S., & Goette, L. (1998). “Does the popular vote destroy civil rights?”. American Journal of Political Science, 42(4), 1343-1348.

[16] Michelson, M. R., & Harrison, B. F. (2020). Transforming Prejudice: Identity, Fear, and Transgender Rights. Oxford University Press, USA.

[17] Watson, L. (2016). “The woman question”. TSQ: Transgender Studies Quarterly, 3(1-2), 246-253.

 

 

Más de:
  • trans
  • mujeres
  • feminismos
  • derechos humanos